Este año, el Parlamento suizo debate una medida que podría cambiar el panorama mediático del país: recortar los fondos públicos a los medios de comunicación. La propuesta ha encendido pasiones, con argumentos cruzados sobre la libertad de prensa, pluralidad y “el derecho a estar informado”. Pero la pregunta más urgente es ¿están pagando los suizos —con sus propios impuestos— una prensa que informa o por una prensa doctrinaria?
Premiar la ideología y no la verdad tiene un costo peligroso y el creciente antisemitismo es el resultado de lo anterior. Durante años, el sistema de subsidios estatales ha garantizado la supervivencia de medios que no responden a la calidad de su contenido, sino a su alineación ideológica, en nombre del “servicio público”. Véase el caso de Radio Lora (una radio subvencionada) con acusaciones antisemitas en el año 2024, el anterior un ejemplo sobre como muchos medios han normalizado un sesgo persistente contra democracias liberales como Israel, mientras blanquean regímenes autoritarios o grupos terroristas como Hamás bajo el disfraz de “resistencia”.

Basta leer cómo algunos portales informativos suizos presentan el conflicto entre Israel y grupos islamistas radicales. Magnificando situaciones y descontextualizando los hechos, borrando y difuminando las responsabilidades de una situación bélica en donde existen más de un actor y donde depositan toda la responsabilidad al único Estado democrático del Medio Oriente, nombrándolo como opresor imperialista en cada nota destinada al conflicto, esto no es periodismo: es propaganda financiada con fondos públicos.

Los defensores del financiamiento estatal alegan que sin ese dinero, los medios no podrían ofrecer una “información objetiva”. Pero ¿qué objetividad puede esperarse de una prensa que llama “resistencia” o “militantes” a terroristas, que ocultan el trato indigno que hacen de sus civiles, colocándolos en situaciones riesgosas, restando la esperanza de vida y que omite los esfuerzos reales de Israel por evitar bajas civiles? El ciudadano suizo y probablemente los ciudadanos de otros países están viviendo una situación similar. Están pagando con sus impuestos una prensa que en dos años ha abonado un camino de antisemitismo, creando una élite periodística protegida, desconectada de la realidad, alejada de la ciudadanía, y cada vez más dependiente del Statu Quo burocrático que los alimenta, una situación que esteriliza el pluralismo de los medios de comunicación.
El referéndum que se avecina no es un ataque a la libertad de prensa, como algunos pretenden hacer creer. Si no lo contrario, un acto de madurez democrática, una oportunidad histórica para depurar el ecosistema informativo y obligar a los medios a competir en terreno más sano, creíble, de calidad y confianza para el lector, también una invitación para que otras democracias comiencen con iniciativas similares. Un medio que dice la verdad, que investiga con rigor y que respeta la inteligencia del público, no necesita subsidios para sobrevivir, necesita lectores y si pierde lectores, quizás es porque no lo merece.

La cuestión israelí: un termómetro moral
Israel se ha convertido en un barómetro moral para evaluar el estado de salud de los medios occidentales. Quien miente o distorsiona sobre Israel, generalmente miente o distorsiona sobre todo lo demás. En este sentido, recortar el presupuesto a medios que han dejado de informar para convertirse en actores políticos es también un acto de higiene democrática. ¿Cómo podemos tener democracias sanas si los medios de comunicación en lugar de informar se colocan desde posturas doctrinarias afectando la percepción ciudadana por sobre de la realidad?
No se trata de silenciar voces, sino de dejar de pagar por una sola voz subvencionada que no solo incrementa la tensión en Medio Oriente, también la importa al país helvético con argumentos que deslegitiman a un Estado que fue víctima de un grupo terrorista, aplaudiendo ideas fanáticas y confundiendo ideología con periodismo. El financiamiento estatal para medios de comunicación debe de brindarse para lograr un pluralismo de prensa, equilibrado, democrático, no para empoderar y escuchar una sola voz, sin otras alternativas, la noticia desde un solo prisma. Las radios y portales de noticias subvencionados no deberían de instrumentalizar el conflicto internacional, ni ser guaridas de sesgos políticos. Informar los hechos, apegándose al contexto, puede ser más sencillo de lo que nos quieren hacer creer.
En una democracia real la libertad de elegir es lo más importante, los medios deben de vivir o morir, según el valor que aportan, no con el respirador artificial del Estado, no con el chantaje emocional que los grupos de izquierda acostumbran abanderar. Suiza tiene hoy la oportunidad de recuperar la pluralidad real, aquella que nace del mérito, no del subsidio, y en esa batalla por la verdad, defender a Israel de las campañas mediáticas de linchamiento no es solo un gesto político, es un deber moral.