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miércoles, junio 18, 2025
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¿Por qué lo que ocurre en Gaza o Palestina no es un genocidio?

Una frase incendiaria, sin duda. Pero también necesaria. En los últimos meses, y especialmente desde el recrudecimiento del conflicto entre Israel y Hamas, la palabra “genocidio” ha sido arrojada con ligereza, convertida en eslogan de pancarta y en hashtag de activismo digital. “¡Genocidio en Gaza!”, claman voces desde tribunas, redes sociales y manifestaciones universitarias. Sin embargo, ¿qué tan cierta es esta acusación?

No cabe duda de que calificar lo que sucede en Gaza como un genocidio no solo es inexacto, sino que banaliza uno de los crímenes más graves reconocidos por el derecho internacional. El uso incorrecto del término no contribuye al debate, sino que lo enturbia con emociones mal dirigidas y tergiversaciones políticas.

¿Qué es un genocidio, realmente?
La palabra genocidio no es nueva. Fue acuñada por el jurista polaco Raphael Lemkin y codificada oficialmente en el derecho internacional en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la ONU en 1948, tras el Holocausto. Según esta convención, el genocidio se define como: «Cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal…»

Entre estos actos se incluyen asesinatos, daños graves a la integridad física o mental, y el sometimiento deliberado a condiciones de vida destinadas a provocar la destrucción física total o parcial de dicho grupo.

La etimología misma del término lo deja claro: proviene de la palabra griega genos (raza, tribu) y de la palabra latina -cidio (matar).

Bajo esta definición, las acciones de Israel en el contexto del conflicto no se ajustan al concepto jurídico de genocidio, ya que no existe una intención comprobable de eliminar, total o parcialmente, a un grupo étnico o religioso. Prueba de ello es que dentro del propio Estado de Israel viven ciudadanos árabes y musulmanes que gozan de derechos civiles plenos y participan activamente en la vida política y social del país. Además, la estrategia militar israelí no tiene como objetivo la destrucción de un pueblo árabe, sino responder a amenazas específicas de grupos armados. Si bien el conflicto ha generado consecuencias trágicas, eso no equivale jurídicamente a genocidio, incluso dentro de la sociedad israelí, existe un sector significativo de la población que se manifiesta en favor de la paz y que expresa públicamente su desacuerdo con algunas decisiones militares, estos elementos contradicen la narrativa de una política genocida sistemática , y demuestran una compleja realidad de conflicto donde las generalizaciones simplifican en exceso una situación profundamente delicada, en la que conviven la autodefensa del Estado, los dilemas éticos del uso de la fuerza y las tensiones internas de una democracia en conflicto.

La clave está en la intención

La pieza fundamental que distingue una matanza, un crimen de guerra o incluso una política violenta de un genocidio es la intención de eliminar a un grupo específico, por lo que ese grupo es: su raza, etnia, religión o nacionalidad. No basta con que haya muertes —por numerosas o trágicas que sean—, ni siquiera con la existencia de sufrimiento. Para que se configure un genocidio, debe existir una política deliberada de exterminio basada en la identidad colectiva del grupo.

Israel no mantiene este tipo de políticas, ni dentro de su territorio ni como política exterior. No existen campañas institucionales, libros de texto, programas de radio o televisión, ni discursos oficiales que promuevan entre la ciudadanía israelí el exterminio del pueblo palestino. Sugerir lo contrario no solo es absurdo desde el punto de vista lógico, sino que no se sostiene en la práctica.

¿Existe evidencia clara de que Israel esté intentando eliminar al pueblo palestino por el simple hecho de ser palestino? No. En cambio, sí hay evidencia gráfica y documental de materiales educativos en Gaza que promueven abiertamente el odio y el exterminio del pueblo israelí, incluyendo contenidos en libros de texto escolares.

Israel ha dejado claro en numerosas ocasiones —y lo ha demostrado con acciones concretas— que su objetivo militar es desmantelar a Hamás, una organización considerada terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países. El conflicto, aunque profundamente doloroso y con consecuencias trágicas para la población civil, es ante todo político y territorial. No es racial ni religioso, como sí lo plantea Hamás en su retórica y doctrina. Las muertes civiles —tragicas— son consecuencia de un conflicto armado en entornos urbanos, con un enemigo que opera entre la población y con una ideología yihadista (sacrificio), no el resultado de una política genocida deliberada por parte del Estado israelí.

¿Y los números?

Los activistas suelen esgrimir cifras como prueba irrefutable de un supuesto genocidio. Es cierto que las armas las emplea Israel, pero la ideología de la muerte proviene de Hamás, que ha diseñado una estrategia bien calculada: capitalizar políticamente las muertes civiles para ganar apoyo y empatía internacional.

Y sí, las cifras son alarmantes. Nadie con conciencia puede ver las imágenes de Gaza sin sentirse conmovido. Sin embargo, debemos tener claro que el grupo militante que gobierna esa franja ha utilizado sistemáticamente a su población civil como escudos humanos, en lugar de protegerlos o invertir en infraestructura básica, sabiendo que el contraataque israelí era inevitable tras sus ataques.

Por otro lado, los números, por sí solos, no prueban la existencia de un genocidio. Más aún: ¿qué grado de credibilidad pueden tener las cifras que provienen directamente de Hamás? Estamos hablando de una organización considerada terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países, que no permite verificación independiente de sus datos y emite recuentos instantáneos sin ningún tipo de auditoría o revisión por parte de organismos internacionales. En un conflicto tan complejo, los datos deben analizarse con cautela y sentido crítico, especialmente cuando provienen de una fuente con claros intereses propagandísticos.

El doble rasero del activismo fácil

Resulta llamativo —e intelectualmente deshonesto— cómo ciertos sectores del activismo global, incluyendo organizaciones no gubernamentales de gran prestigio como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, aplican sus principios de forma claramente selectiva. Quienes hoy elevan la voz con dramatismo acusando a Israel de cometer “genocidio” en Gaza, a menudo lo hacen ignorando rigurosamente la definición legal del término, mientras adoptan una narrativa altamente emocional pero poco rigurosa.

Estas mismas organizaciones han documentado, con pruebas abundantes, atrocidades masivas cometidas por el régimen sirio de Bashar al-Assad: bombardeos a hospitales, uso de armas químicas contra civiles, desapariciones forzadas y torturas sistemáticas en prisiones del Estado. Sin embargo, rara vez —si es que alguna vez— se animaron a calificar esos crímenes como genocidio con el mismo énfasis o visibilidad que ahora exhiben en el caso de Gaza. ¿Por qué? Porque en la narrativa políticamente digerible de ciertas ONGs y activistas de escritorio, es más rentable moral y mediáticamente atacar a una democracia occidental como Israel que a un régimen autoritario respaldado por potencias como Rusia o Irán.

Este doble rasero ha contaminado buena parte del discurso de derechos humanos, vaciándolo de coherencia. La causa palestina se ha convertido en una especie de símbolo identitario para movimientos progresistas en Occidente, mientras el sufrimiento real de los palestinos es instrumentalizado y reducido a una herramienta más de lucha ideológica. No hay matices, no hay análisis, no hay verdadera búsqueda de justicia: solo la necesidad de exhibir una postura “correcta” ante su audiencia, aunque eso implique distorsionar términos jurídicos como “genocidio” o minimizar la complejidad de un conflicto que lleva décadas.

Es necesario entonces revisar la versión de Israel en defensa de la coherencia. Porque si el activismo en defensa de los derechos humanos se basa en criterios selectivos y convenientes, entonces deja de ser activismo para convertirse en militancia emocional al servicio de una narrativa política, no de la verdad ni de las víctimas.

Llamar a las cosas por su nombre

El sufrimiento en Gaza es real. La crisis humanitaria es profunda y ha sido desencadenada, en gran parte, por las decisiones irresponsables y criminales de los líderes de Hamás. Pero etiquetar como “genocidio” lo que no lo es no solo distorsiona la realidad, sino que también dificulta cualquier intento serio de solución. Simplificar un conflicto tan complejo en una narrativa de “buenos contra malos” solo alimenta el odio, deshumaniza al otro y aleja toda posibilidad de paz genuina.

Si realmente queremos justicia para los palestinos y seguridad para los israelíes, debemos abandonar los eslóganes incendiarios y comenzar a hablar con precisión, con argumentos sólidos y, sobre todo, con humanidad. Nadie desea la guerra. La gran mayoría de las personas —en Gaza, en Tel Aviv o en cualquier parte del mundo— anhelan lo mismo: estar con sus familias, compartir una cena en paz, vivir sin miedo.

Razonemos, el fanatismo y la desinformación llevan la delantera. Sin pensamiento critico estamos lejos de construir los puentes que este conflicto necesita desesperadamente. La paz no será fácil, pero comienza con la honestidad, el diálogo y la voluntad de reconocer al otro.

Anexo

Sobre genocidio: https://encyclopedia.ushmm.org/content/es/article/coining-a-word-and-championing-a-cause-the-story-of-raphael-lemkin

https://www.un.org/en/genocideprevention/documents/Appeal-Ratification-Genocide-FactSheet-SP.PDF

Genocidio Ruanda Divulgación https://www.un.org/es/preventgenocide/rwanda/

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