El debate sobre cómo nombrar a este país del sudeste asiático resurge cada vez que aparece en los titulares, como tras el reciente terremoto que sacudió la región. Oficialmente conocido como República de la Unión de Myanmar desde 1989, el nombre «Birmania» sigue siendo ampliamente utilizado, reflejando una disputa que va más allá de lo lingüístico y se enraíza en la historia y la política. El término «Birmania» proviene de los británicos, quienes lo impusieron durante su dominio colonial hasta la independencia en 1948, derivándolo de «Birmans», la mayoría étnica bamar. Sin embargo, la dictadura militar que tomó el poder en 1988 decidió cambiarlo a «Myanmar», argumentando que era un nombre más inclusivo para las diversas etnias del país.
Esta decisión no fue bien recibida por todos. La oposición democrática, liderada por la Liga Nacional para la Democracia (NLD), y varios gobiernos occidentales rechazan «Myanmar», considerándolo una imposición ilegítima de un régimen autoritario. Para ellos, «Birmania» simboliza la lucha por la libertad y el legado previo al golpe militar. En 1990, tras unas elecciones que el NLD ganó abrumadoramente pero que los militares anularon, la resistencia al nuevo nombre se intensificó, prometiendo restaurar «Birmania» si recuperan el poder.
A nivel internacional, las posturas varían. La diplomacia española adopta «Myanmar» en contextos oficiales, alineándose con organismos como la ONU, mientras que la Fundación del Español Urgente (Fundéu) recomienda «Birmania» y «Rangún» (en lugar de «Yangón») en textos no formales, priorizando el uso tradicional en el idioma. La Unión Europea opta por una solución intermedia, usando «Birmania/Myanmar» en documentos oficiales. Entre los medios, la falta de consenso es evidente: la BBC prefiere «Burma», CNN usa «Myanmar» y en España no hay uniformidad, lo que refleja la complejidad del tema.
El gentilicio añade otra capa al debate. «Birmano» es el término aceptado en español, derivado de la raíz histórica, mientras que «myanmarense» o «myanmareño» no han cuajado. Este país de más de 50 millones de habitantes, con una rica diversidad étnica y cultural, sigue atrapado entre dos nombres que representan visiones opuestas de su identidad: uno ligado a su pasado colonial y otro a un controvertido intento de unificación nacional. Mientras el mundo observa sus crisis, desde golpes de Estado hasta desastres naturales, la elección entre «Birmania» y «Myanmar» sigue siendo un reflejo de su tumultuosa historia.
Más allá del debate nominal, Myanmar sigue siendo un país marcado por la falta de democracia. Desde el golpe militar de febrero de 2021, el país ha experimentado una represión brutal contra la oposición, manifestaciones masivas que han sido violentamente reprimidas y un creciente aislamiento internacional. El Ejército, conocido como el Tatmadaw, ha sofocado cualquier intento de resistencia con detenciones arbitrarias, ejecuciones y censura extrema. Aung San Suu Kyi, líder de la NLD y símbolo de la lucha por la democracia, ha sido encarcelada bajo múltiples cargos considerados políticamente motivados, al igual que otros líderes civiles.
Las protestas pacíficas han dado paso a una resistencia armada, con la formación de grupos insurgentes que combaten al régimen, sumiendo al país en una guerra civil de baja intensidad. Mientras tanto, la comunidad internacional ha respondido con sanciones económicas y condenas diplomáticas, aunque sin lograr un cambio significativo en la situación. La falta de democracia en Myanmar no es solo un problema político interno, sino una crisis humanitaria que sigue cobrando vidas y desplazando a miles de personas. En este contexto, el nombre que se use para referirse al país es más que una cuestión de lingüística: es un reflejo de su lucha por la libertad y la justicia.