En los últimos años, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador ha captado la atención internacional como un símbolo de la política de mano dura del presidente Nayib Bukele contra las pandillas, particularmente las temidas «maras» como la Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18. Esta megacárcel, inaugurada en enero de 2023, tiene capacidad para albergar hasta 40,000 reclusos y ha sido diseñada para confinar a los integrantes de estas organizaciones criminales bajo condiciones estrictas. Sin embargo, en debates públicos y redes sociales, han surgido comparaciones entre el CECOT y los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial. Estas analogías, aunque a veces motivadas por críticas legítimas a las condiciones carcelarias o a la política de Bukele, son profundamente erróneas y carecen de sustento histórico o factual. Este artículo busca aclarar las diferencias fundamentales entre ambos sistemas y explicar por qué equipararlos no solo es impreciso, sino también una trivialización del horror del Holocausto.
Es imposible que esa imagen no te recuerde a esta pic.twitter.com/2CLArI67V2
— @mautane.bsky.social (@Mautane) March 28, 2025
El CECOT: Un proyecto de control del crimen
El CECOT surge en un contexto específico: la lucha de El Salvador contra la violencia desatada por las pandillas. Durante décadas, las maras han sembrado el terror en el país, extorsionando, asesinando y controlando territorios enteros. En 2022, tras una escalada de violencia que dejó 87 muertos en un solo fin de semana, el gobierno de Bukele implementó un régimen de excepción que suspendió derechos constitucionales, permitiendo arrestos masivos sin orden judicial. Desde entonces, más de 80,000 personas han sido detenidas, muchas de ellas trasladadas al CECOT, una prisión de máxima seguridad ubicada en Tecoluca.
La infraestructura del CECOT refleja su propósito: aislar a los pandilleros considerados de «alto rango» y cortar su influencia sobre la sociedad. Con 256 celdas diseñadas para alojar hasta 156 reclusos cada una, el centro cuenta con medidas extremas: muros electrificados, vigilancia constante, celdas sin ventanas, y un régimen que limita el contacto de los presos con el exterior. Los reclusos, que duermen en literas metálicas sin colchones y reciben alimentos básicos como frijoles y arroz, tienen restringido el acceso a visitas, educación o recreación. Según el gobierno, estas condiciones buscan garantizar que «los peores de los peores» no vuelvan a delinquir ni a ordenar crímenes desde prisión.
Las críticas al CECOT son numerosas. Organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han denunciado detenciones arbitrarias, hacinamiento, torturas y más de 300 muertes en custodia desde el inicio del régimen de excepción. Estas acusaciones han alimentado debates sobre violaciones a los derechos humanos y han llevado a algunos a usar términos como «campos de concentración» para describir la prisión. Sin embargo, aunque estas preocupaciones son válidas y merecen atención, la comparación con los campos nazis no resiste un análisis serio.
No por quitarle la dignidad a una persona te hace ser más justo.
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Los campos de concentración nazis: Un sistema de exterminio
Los campos de concentración nazis, establecidos por el régimen de Adolf Hitler entre 1933 y 1945, tenían un propósito radicalmente distinto al del CECOT. Inicialmente creados para detener a opositores políticos, como comunistas y socialistas, evolucionaron rápidamente en un instrumento de persecución racial y genocidio tras el ascenso del nazismo. Lugares como Auschwitz, Dachau y Treblinka no eran meras prisiones, sino centros diseñados para explotar, esclavizar y, en muchos casos, exterminar a millones de personas, principalmente judíos, pero también gitanos, homosexuales, prisioneros de guerra y otros grupos considerados «indeseables» por la ideología nazi.
A diferencia del CECOT, los campos nazis no buscaban controlar el crimen ni proteger a la sociedad, sino implementar una política de «solución final» para eliminar poblaciones enteras. Más de seis millones de judíos fueron asesinados en el Holocausto, muchos mediante cámaras de gas y crematorios, mientras que millones más murieron por hambre, enfermedades o ejecuciones. Las condiciones en estos campos —donde los prisioneros eran deshumanizados, tatuados con números, forzados a trabajos esclavos y sometidos a experimentos médicos— no tienen paralelo con ninguna prisión moderna, por severa que sea.
Es una locura comparar el CECOT con los campos nazis; es faltarle el respeto a las víctimas del Holocausto.
Diferencias clave: Propósito, escala y métodos
- Propósito: El CECOT tiene como objetivo combatir la delincuencia organizada y reducir los índices de violencia en El Salvador, un país que hasta hace poco ostentaba una de las tasas de homicidios más altas del mundo. Los campos nazis, en cambio, fueron creados para ejecutar una ideología racista y genocida, eliminando sistemáticamente a grupos enteros por su identidad, no por sus actos.
- Escala y naturaleza de las víctimas: Aunque el CECOT ha encarcelado a decenas de miles, muchos de ellos sin juicio, sus reclusos son presuntos criminales, no civiles inocentes seleccionados por raza o religión. En los campos nazis, las víctimas incluían mujeres, niños y ancianos, sin importar su conducta, con el único criterio de pertenecer a un grupo «indeseable». La escala también es incomparable: el Holocausto mató a millones, mientras que las muertes en el CECOT, aunque preocupantes, se cuentan en cientos.
- Métodos: Las condiciones del CECOT son duras —hacinamiento, alimentación limitada, aislamiento—, pero no hay evidencia de un plan de exterminio sistemático como en los campos nazis. No existen cámaras de gas, crematorios ni políticas de asesinato masivo en El Salvador. Las críticas al CECOT se centran en abusos y falta de debido proceso, no en un intento de genocidio.
Por qué la comparación es inválida y dañina
Equiparar el CECOT con los campos de concentración nazis no solo es históricamente inexacto, sino que también minimiza el sufrimiento único del Holocausto. Este tipo de analogías, aunque a veces usadas para expresar indignación, diluyen la gravedad de un crimen contra la humanidad que marcó un punto de inflexión en la historia. Además, desvían la atención de los problemas reales del CECOT —como las violaciones a los derechos humanos documentadas— al reducirlos a una hipérbole sensacionalista que no fomenta un debate serio.
Es comprensible que las imágenes del CECOT, con miles de reclusos rapados y esposados, generen incomodidad y evocaciones de sistemas opresivos. Sin embargo, las emociones no justifican equiparar una prisión, por cuestionable que sea, con un proyecto de aniquilación racial. Criticar a Bukele y su política de seguridad es legítimo y necesario, pero hacerlo con precisión histórica fortalece el argumento, mientras que las comparaciones exageradas lo debilitan.
El CECOT representa un enfoque extremo y controvertido frente al crimen organizado, uno que merece escrutinio y discusión sobre sus implicaciones éticas y legales. Sin embargo, compararlo con los campos de concentración nazis es un error que confunde más que esclarece. Para entender y abordar los desafíos de El Salvador, necesitamos análisis basados en hechos, no en paralelismos sensacionalistas que oscurecen la verdad y deshonran la memoria de millones de víctimas. La historia merece respeto, y los problemas actuales, soluciones informadas.