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miércoles, junio 18, 2025
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La casa donde comenzó la historia de Monsieur Chocolat.

Hoy quiero contaros una historia real que me sorprendió mucho por lo única y fascinante que es, relacionada con una de las casas que exploré durante mis prácticas de urbex. Siempre que visito un lugar en este tipo de exploraciones, me gusta buscar pistas y luego investigar qué ocurrió allí y por qué quedó en el olvido. En este caso, me encontré con una historia realmente impactante que salió de esa casa. Lo más asombroso es que su protagonista dejó una huella importante en la historia, gracias a su capacidad para cambiar por completo su vida. De hecho, su historia fue tan relevante que hasta tiene una película basada en ella, Monsieur Chocolat, disponible en Amazon Prime Video y otras plataformas.

Cartel de la película 'Chocolat' en un teatro.

Es la historia de Rafael Padilla, nombre real, nació en Cuba entre 1865. Pasó su infancia en la Habana. Desde muy pequeño fue separado de sus padres, vendidos como esclavos a una plantación. Rafael quedó huérfano tan temprano que, según cuenta en sus memorias, no guarda ningún recuerdo de ellos. Durante un tiempo, una mujer negra de La Habana lo amamantó y cuidó como si fuera su propio hijo.

Un día, mientras se peleaba con otro niño que lo había insultado, Rafael llamó la atención de un comerciante español. Este intervino para frenar la pelea e impresionado por la fuerza y el carácter del joven Rafael, quiso saber más sobre él. Visitó entonces a su madre adoptiva y, tras negociar, la convenció para comprar al niño por 18 onzas de oro, una suma equivalente al salario de cuatro meses de un funcionario en La Habana.

Este comerciante era Patricio Castaño Capetillo, un vizcaíno que había emigrado a Cuba como humilde trabajador alrededor de 1850. Tras años de esfuerzo, amasó una enorme fortuna, convirtiéndose en un indiano rico y dueño de aserraderos, tierras, negocios y plantaciones de azúcar en la región de Cienfuegos. Cuando estallaron los conflictos independentistas en Cuba, Patricio decidió regresar a Bilbao acompañado de su esposa, sus hijos, y también del pequeño esclavo Rafael.

La llegada de Rafael al pequeño pueblo vizcaíno de Sopuerta fue un suceso que no pasó desapercibido. Tenía solo 11 años. Don Patricio lo había llevado consigo para que sirviera de ayudante a su madre anciana. En el pueblo nunca antes habían visto a una persona con piel de color, y en su ignorancia, lo primero que hicieron fue bañarle y frotarle la piel con un cepillo para «blanquearlo», hasta llegar a herir y desgarrar su piel.

Sala de estar antigua con muebles rosados y televisor.
Sala de estar antigua con muebles viejos

La casa era, sin duda, una de las residencias más lujosas de la región. Construida con materiales de gran calidad y cuidada hasta el último detalle, se alzaba imponente con sus dos plantas. En la planta baja destacaba especialmente una pequeña capilla privada, un símbolo claro de estatus y poder en aquella época, ya que solo las familias más adineradas podían permitirse un espacio sagrado dentro de su propio hogar. La distribución de las estancias, los techos altos, los grandes ventanales y ciertos elementos decorativos aún visibles hoy reflejan el esplendor de una época donde la riqueza no solo se poseía, sino que también se exhibía.

Pasear ahora por las ruinas de esta casa permite imaginar la vida de lujo que un día albergó, recepciones, rituales religiosos privados y la vida cotidiana de una familia que, en su tiempo, lo tenía todo.

Altar antiguo en capilla pequeña y oscura.
Sala antigua con piano y muebles polvorientos
Piano antiguo con sillón y lámpara en sala vintage.

Pero, cansado de los malos tratos y con la piel herida y despellejada, decidió escapar. Aunque la familia emitió un bando para su captura, la orden no tuvo éxito, ya que en España la esclavitud había sido abolida en 1837, y Rafael, al pisar suelo español, ya era un hombre libre.

En sus primeros tiempos de libertad, el joven se ganó la vida trabajando en lo que pudo, en las minas, en los muelles como cargador, y también bailando en los cafés de la ciudad, anticipando sin saberlo el camino que más tarde lo llevaría a la fama. Fue precisamente en uno de esos cafés donde, con apenas 16 años, llamó la atención del payaso inglés Tony Grice, integrante de la Compañía Ecuestre del Circo Alegría, que actuaba en las fiestas de Bilbao.

Impresionado por la energía y fuerza del joven, Grice le ofreció unirse al circo. Los prejuicios raciales que imperaban en Europa en aquel tiempo hacían que la mera presencia de un hombre negro en escena despertara la risa del público. Sin embargo, el éxito de Rafael no se basó solo en esos estereotipos: también fue fruto de su enorme talento. Él fue el primer artista en introducir ante el público francés la expresividad y el lenguaje corporal característicos de la cultura de los esclavos afroamericanos, aportando algo completamente nuevo y genuino al mundo del espectáculo.

Pareja de actores de circo en pose teatral

Tras actuar en Madrid, Rafael dio un gran salto a París, la capital del espectáculo, donde alcanzó el éxito que marcaría su vida, el dúo con el inglés George Foottit, uno de los payasos más famosos de la época. Con el tiempo llegó la ruptura del dúo, el cubano intenta labrarse una carrera en el teatro, pero fracasa, ya que el público aceptaba aceptaba que fuese payaso pero no actor.

La suerte de Rafael cambió drásticamente. Tras la Primera Guerra Mundial en 1914, la Belle Époque terminó, y el cubano, reducido a la miseria, trabajó en un circo ambulante. Aunque aún era reconocido, pronto cayó en el olvido. El 4 de noviembre de 1917, falleció en Burdeos a los 50 años, lejos de la fama que había tenido.

Casi un siglo después, su figura fue reivindicada, especialmente por su papel como pionero entre los artistas negros. En 2012, se publicó su biografía, y en 2016, la película Chocolat, dirigida por Roschdy Zem, revivió su historia.

Presentador de circo sonriente con brazos abiertos.

No sé qué pensaréis vosotros, pero a mí me resulta muy curioso que eligiera precisamente el nombre artístico de Monsieur Chocolat.

¡Nos vemos en el próximo artículo!

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