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sábado, abril 12, 2025
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Historia de la cripta de los Gálvez

En el corazón de Macharaviaya, un pequeño pueblo malagueño encaramado en las colinas de la Axarquía, se alza la Iglesia de San Jacinto, un templo de piedra que guarda secretos más antiguos que sus muros. Bajo su suelo, en 1785, la poderosa familia Gálvez construyó una cripta para el descanso eterno de sus miembros, un panteón tan vasto que rivaliza con la nave superior. Los Gálvez, nobles que dejaron su huella en América y en la corte de Carlos III, yacen allí, rodeados de estatuas sin nombre que parecen vigilar el silencio. Pero ese silencio, dicen los lugareños, nunca ha sido absoluto.

Corría la década de los 90 cuando la cripta, ya desgastada por el tiempo, fue sometida a reformas. Una tarde, mientras el sol se hundía tras las montañas, dos obreros trabajaban en el panteón, ajustando las losas y limpiando el polvo de siglos. De pronto, entre las sombras, vieron algo que les heló la sangre: varias figuras vestidas con ropas antiguas atravesaron un muro como si este no existiera. Caminaban en procesión, lentas y silenciosas, antes de desvanecerse. Los obreros, hombres curtidos con nombres y apellidos que aún resuenan en el pueblo, abandonaron sus herramientas y juraron no volver. No era una leyenda más; era un testimonio vivo.

La noticia corrió como el viento entre los vecinos, y pronto un grupo de investigadores de la comarca, atraídos por lo paranormal, decidió adentrarse en la cripta. Armados con una ouija, se reunieron bajo la iglesia una noche sin luna, con las luces encendidas para ahuyentar el miedo. El tablero comenzó a moverse, y las respuestas llegaron entrecortadas: las entidades, o lo que fueran, exigieron que se marcharan. Antes de que pudieran reaccionar, un chasquido seco resonó en el aire y todas las luces se apagaron al unísono, sumiendo el lugar en una oscuridad asfixiante. Los investigadores huyeron, dejando tras de sí un eco de pasos que no les pertenecía.

Desde entonces, la cripta y la iglesia se convirtieron en un imán para los curiosos, pero también en un lugar temido. Los visitantes reportaban fenómenos inquietantes: susurros que emergían de la nada, ruidos de pasos en pasillos vacíos y sombras que se deslizaban por las esquinas. Pero entre todas las historias, una presencia destacaba: la de una novia fantasmal. Los lugareños la llaman María López, una joven que, según cuentan, cayó fulminada en la iglesia por una hemorragia interna, vestida de blanco el día de su boda frustrada. Su llanto, dicen, resuena en las noches más quietas, y algunos aseguran haberla visto descender los escalones del altar antes de desvanecerse en el aire.

¿Qué despertó en los 90? ¿Fue la reforma un sacrilegio que rompió el reposo de los Gálvez, o acaso María, atrapada entre mundos, busca algo que perdió? Los más ancianos del pueblo susurran otra teoría: un tesoro oculto, escondido por la familia en los muros de San Jacinto, cuya búsqueda podría haber desatado una maldición. Nadie lo sabe con certeza, pero en Macharaviaya, cuando el viento silba entre las colinas, hay quienes juran escuchar un lamento que no explica la razón… ni el silencio que le sigue.



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