Cuando hablamos de feminismo, muchos lo asocian inmediatamente con las reivindicaciones contemporáneas: igualdad de género, lenguaje inclusivo, marchas multitudinarias, y debates ideológicos. Sin embargo, el origen del pensamiento feminista se remonta mucho más atrás, y dista notablemente de lo que representa hoy en día. En el siglo XVIII, en pleno auge de la Ilustración, surgieron los primeros brotes de una conciencia crítica sobre el papel subordinado de la mujer. Aquellas ideas, aunque embrionarias, marcaron un punto de inflexión en la historia del pensamiento social y político.
El contexto de la Ilustración: razón, libertad… pero no para todos
El siglo XVIII fue una época revolucionaria en términos de pensamiento. La Ilustración europea defendía la razón como motor del progreso, y conceptos como libertad, igualdad y fraternidad comenzaron a hacerse eco en los discursos filosóficos y políticos. Sin embargo, estas ideas estaban reservadas principalmente para los hombres. La mujer seguía encasillada en el hogar, excluida de la educación formal y de la participación política.
Es en este marco donde nacen las primeras voces que cuestionan esta contradicción: si la razón es universal, ¿por qué se les niega a las mujeres el derecho a ejercerla en igualdad de condiciones?
Mary Wollstonecraft: una voz disruptiva en Inglaterra
Una de las figuras más representativas de este pensamiento protofeminista fue Mary Wollstonecraft, autora de “Vindicación de los derechos de la mujer” (1792). En esta obra, la pensadora británica defendía que las mujeres no eran inferiores por naturaleza, sino por falta de acceso a una educación igualitaria. Para ella, el desarrollo moral e intelectual de la mujer era esencial para la mejora de toda la sociedad.
No exigía un enfrentamiento con los hombres, sino una reforma educativa que permitiera a las mujeres desarrollarse como ciudadanas racionales y responsables. Un planteamiento que, visto desde la perspectiva actual, suena más a humanismo ilustrado que al feminismo combativo contemporáneo.
Olympe de Gouges y la revolución que también quiso ser femenina
En Francia, en plena efervescencia de la Revolución, Olympe de Gouges escribió en 1791 la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”, una crítica directa a la famosa “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” que excluía explícitamente a las mujeres. En su declaración, exigía igualdad legal, participación política y el derecho a decidir sobre su vida y su cuerpo.
Su activismo le costó la vida. Fue guillotinada en 1793, en un momento en el que la radicalización de la Revolución no toleraba voces disidentes, especialmente si provenían de mujeres.
Condorcet y otros aliados inesperados
No todas las voces en defensa de los derechos de las mujeres provenían del género femenino. Nicolas de Condorcet, filósofo y político francés, defendía abiertamente que las mujeres debían tener los mismos derechos civiles y políticos que los hombres, incluyendo el derecho al voto. Sus ideas eran audaces para la época, y aunque no encontraron eco inmediato, fueron un antecedente importante en el pensamiento igualitario.
Un feminismo que no conocía la palabra “feminismo”
Lo más curioso es que ninguno de estos autores o autoras se autodenominó “feminista”. El término “feminismo” no se acuñó hasta finales del siglo XIX. Lo que había en el siglo XVIII era un conjunto de reflexiones y propuestas centradas en la mejora de la condición femenina dentro del marco ilustrado. No existía aún un movimiento articulado, ni una ideología política feminista como la que conocemos hoy.
Las reivindicaciones de entonces no hablaban de patriarcado, género no binario, o interseccionalidad. Hablaban de educación, ciudadanía, igualdad legal y razón compartida. El enfoque era profundamente individualista, racional y universalista, muy en sintonía con los valores ilustrados de la época.
Diferencias abismales con el feminismo actual
Comparar el pensamiento protofeminista del siglo XVIII con el feminismo contemporáneo es comparar dos realidades profundamente distintas. El primero nacía dentro del sistema, buscando reformarlo. El segundo, en muchos casos, busca transformarlo desde una crítica estructural más radical.
Donde Wollstonecraft pedía igualdad de oportunidades educativas, el feminismo actual discute sobre privilegios, micromachismos y sistemas de opresión. Donde Olympe de Gouges pedía participación política, hoy se habla de paridad obligatoria y cupos. Donde se hablaba de razón universal, ahora se defiende la diversidad de experiencias según raza, clase o identidad de género.
El feminismo del siglo XVIII fue el germen de una conciencia que cambiaría el mundo, pero su esencia estaba mucho más cerca de la Ilustración que del activismo ideológico. Comprender esa diferencia histórica es clave para entender la evolución de las ideas y para evitar anacronismos que distorsionen la realidad.
No, el feminismo del siglo XVIII no era como el de hoy. Y ahí es donde comienza la verdadera historia de esta lucha.
¿Sabías que todo movimiento nace de una pregunta incómoda? Pues esta empezó con una sola: “¿Y nosotras qué?” ¡Descubre más historias sorprendentes en Magazinediario.es!