En una época donde las redes dictan agenda y las causas se viralizan más rápido que se entienden, una nueva forma de colonialismo ha emergido silenciosamente bajo el ropaje de lo correcto, lo empático, lo woke. Es un colonialismo discursivo que, en nombre de la justicia, impone marcos de interpretación simplificados y extrajerizantes a conflictos que no nos pertenecen del todo. Lo llamamos “progresismo global”, pero en realidad muchas veces se comporta como una brújula moral desorientada que siempre apunta hacia la indignación importada, mientras ignora el incendio que arde en el patio trasero.
DESCOLONIZATE, no como consignia vacía, sino como ejercicio crítico: deja de imponer una narrativa occidental a conflictos que tienen capas de historia, religión, fuerza y dolor que no caben en un tuit. El Medio Oriente no es un campo de proyección para nuestra ansiedad política universitaria, ni un tablero en el que resolver frustraciones ideólogicas heredadas. No es progresista reducir siglos de tensiones a hashtags. Es paternalista, es arrogante, es irónicamente, colonial.

Problemas propios, brújulas ajenas
Mientras nos movilizamos con fervor estudiantil para condenar ( o defender) a tal o cual actor en conflictos externos, nuestras propias calles claman por empatía, diálogo y solución. Importamos discursos mientras exportamos indiferencia; hacia el hambre y la explotación infantil, la fragmentación social, las violencias, la polarización rampante. En vez de enfrentar nuestros abismos, preferimos la adrenalina de los problemas ajenos. ¿Por qué lo permitimos? ¿no hay amor y dedicación a nuestros países?
Y sí, está bien interesarse, opinar, sensibilizarse, lo humano no tiene fronteras, pero no se puede construir entendimiento humano desde la imposición moral, ni se puede sembrar paz con ruido. Ya lo dijimos antes, el ruido no cura, solo distrae, y muchas veces, encubre.

La enfermedad de lo políticamente correcto
Las juventudes occidentales -particularmente en los campus universitarios- han construido sus identidades alrededor de lo políticamente correcto. La intención puede ser noble, pero el resultado suele ser punitivo, tribal y superficial. Cualquier disonancia es vista como traición. Cualquier llamado al matiz, como complicidad. El debate se convierte en teatro, el diálogo, en guerra de etiquetas y como resultado, no se soluciona nada, pero sí se incrementa el descontento social e ignorancia sobre los temas.
Desde allí se dispara una falsa superioridad moral que pretende decirle al mundo cómo debe resolver sus traumas, sin entenderlos. Como si todos los conflictos fueran extensiones simbólicas del eterno campus ideológico norteamericano. Como si el dolor ajeno se pudiera alzar con nuestros marcos teóricos para ser legítimo.

DESCOLONIZATE no es desentenderse, es aprender a escuchar
Descolonizar la mirada es abandonar el reflejo de apropiarse del relato, por que nada tiene que ver la lucha del feminismo internacional occidental por las mujeres en Gaza, si no luchan primero por sus derechos y libertades individuales dentro de Palestina y contra muchos de sus lideres, que por cierto, son muy «machistas», lo mismo con el apoyo de la comunidad LGTB quienes en ningún momento se están manifestando por los derechos de las personas que pertenecen a sus diversidades dentro de un país que les condena por su preferencia. Descolonizarte de esta formas de activismos es observar sin convertir al otro en pantalla de proyección. Es entender que no todo conflicto necesita nuestra postura urgente, y que el conflicto en Medio Oriente es muy diverso a la forma en como realizamos los activismos en occidente, es comprender que cada bandera extranjera no es una causa universal. La empatía no se impone, se cultiva, el entendimiento no se exige, se construye cuando dos partes quieren escucharse.
No se trata de ser neutros ni de guardar silencio, sino de saber cuándo hablar y, sobre todo, qué hablar, si de verdad aspiramos a que las cosas cambien ¿por qué eso es lo que queremos? ¿o no?. No se trata de abstenerse del debate, sino de abordarlo desde una comprensión profunda, informada y responsable. No se trata de indiferencia, sino de humildad intelectual, reconocer que no siempre entendemos todo lo que ocurre, y que opinar sin contexto puede ser más dañino que el silencio.
La paz se construye con personas dispuestas a escuchar, a dialogar, a cuestionarse. Se gesta en el silencio que reflexiona, en la palabra que busca comprender, en el juicio que se permite dudar. Pero en gran parte del activismo occidental actual no hay lugar para la duda ni para las preguntas incómodas.
Todo está decidido de antemano. Y sí, es evidente que la muerte de personas en Medio Oriente no se puede, no debe normalizarse. Pero pocos se atreven a señalar lo profundo ¿qué ideologías, qué estructuras de pensamiento, qué ideas maquilladas de justicia están operando en medio del horror? ¿Qué parte de la barbarie es también responsabilidad de discursos que se niegan a reconocer sus propias contradicciones?
Una conciencia que no sea colonial
En un mundo saturado de narrativas, necesitamos menos etiquetas y más preguntas. Menos dicotomías, más contexto. Menos dogmas, más humanidad. El verdadero antídoto contra la manipulación mediática no es repetir lo que hacen o dicen los demás, sino dejar de ser parte del ciclo de indignación automática que perpetúan, la indignación no cura, la información completa sí. Descolonizate piensa por ti mismo, empieza por casa, el mundo necesita menos ruido y más resonancia real, y eso, tal vez sea el gesto más revolucionario de todos, porque es muy fácil hacer la guerra, lo difícil es sentarse a construir la PAZ, lo anterior no se hace un fin de semana con pancartas atoradas en las calles, se hace con mucha conciencia y con gandas de salir adelante TODOS… porque todos importamos ¿o no?