En un mundo que premia el espectáculo por encima del conocimiento, la figura del “activista” se ha transformado en una celebridad vacía, más preocupada por el impacto mediático de su gesto que por la profundidad ética o política de su causa. Ejemplo reciente, el grupo de activistas occidentales varados en Egipto, quienes viajaron con el propósito de “defender a Palestina” pero que, paradójicamente, acabaron atrapados en un país cuya dictadura militar tiene fronteras cerradas y el corazón bien lejos de los derechos humanos.
Desde hace años, el activismo global ha caído en un infantilismo alarmante. La protesta ha perdido su capacidad de análisis y su conexión con la realidad geopolítica. Se protesta por Gaza en países donde el Gobierno apoya abiertamente a Hamás; se condena a Israel en universidades occidentales que no se atreven a nombrar a los verdaderos opresores del pueblo palestino, el mismo Hamás, Irán, Catar y otros regímenes árabes que utilizan el conflicto como arma política y jamás han tenido intenciones serias de construir una paz sostenible.
Greta Thumberg, símbolo mundial del activismo climático, ha sido también ejemplo de esa tendencia: la denuncia fácil, emocional, sin matices. Su lucha comenzó con un objetivo legítimo -presionar a gobiernos para tomar acción climática- pero ha derivado en un discurso zombi que condena a democracias europeas mientras calla frente a los mayores contaminantes del planeta. Cuando Greta habla, calla China, India, Rusia. Y si dice algo, es a susurros. Pero Europa debe arder en la hoguera de la vergüenza por existir.

En el caso del conflicto de Medio Oriente, esta falta de brújula moral, se vuelve trágica. Muchos activistas abrazan causas que ni comprenden, ni les pertenecen. Citan Palestina como si fuera un símbolo de justicia universal, sin entender que lo que defienden, en muchos casos, es un proyecto totalitario y fundamentalista. No cuestionan el antisemitismo de Hamás, ni los manuales escolares que enseñan a odiar, ni el uso de niños como escudos humanos. Israel, por el solo hecho de ser una democracia judía y occidental, es el enemigo automático.
¿Y qué hay de Egipto? País gobernado con puño de hierro, que mantiene a Gaza bajo asfixia económica, que encarcela disidentes, prohíbe la homosexualidad y ha borrado de un plumazo cualquier vestigio de libertad de prensa. Pero para los activistas varados recientemente allí, Egipto es solo un peaje mal resuelto en su aventura ideológica. No marcharon contra Al-Sisi, no acamparon por los derechos de los egipcios, solo esperaban con pancartas bien impresas y eslóganes memorizados, su oportunidad de atacar al Estado judío.
El activismo ignorante resulta útil para quienes saben aprovecharse de él -eurodiputados, asociaciones pro derechos humanos, grandes empresarios que buscan capitalizar causas-, pero al mismo tiempo es profundamente peligroso, ya que socava cualquier proceso de paz, el cual comienza con el diálogo y la información, y no con narrativas totalitarias. Las marchas multitudinarias en favor de la causa palestina no son más que expresiones de xenofobia y racismo disfrazadas de justicia.
Cientos de personas participan con una intención supuestamente “buena“, pero terminan trivializando el dolor real, sin comprender el trasfondo de los lemas, ni las implicancias de las causas que abrazan desde el activismo : la destrucción de un país y su población civil, Israel.
Defender una causa sin entenderla no es valentía, es irresponsabilidad, arrogancia disfrazada de empatía y es también una forma moderna – y peligrosamente aceptada- de colonialismo ideológico, imponer lecturas occidentales sobre conflictos que tienen raíces, complejidades y contextos profundamente locales no origina nuevas soluciones, por el contrario tergiversa la realidad acomodándola a lo “políticamente correcto” del momento. Y repito, esta bien señalar, qué realizan mal los mandatarios, señalar las malas decisiones en política internacional. Pero eso es muy distinto a boicotear al ciudadano israelí, o al judío por ser judío.

Netanyahu, con todos sus errores y controversias, sigue liderando la única democracia funcional de su región. Bajo su Gobierno -y a pesar de él en algunos casos- Israel mantiene un sistema judicial independiente, lo suficientemente sólido como para que incluso él mismo haya sido sometido a juicio (Noviembre 2019), esto ya nos habla del tema democrático interno, no es una tiranía, hay pros y contras en la cuestión política y sus decisiones. El país garantiza libertades civiles, derechos para mujeres, minorías sexuales y ciudadanos árabes, en un entorno regional donde esas garantías son la excepción, no la norma. Criticar sus políticas es legítimo, lo que no lo es -ni moral ni intelectualmente- es el odio ciego que ignora estos hechos y demoniza al Estado que representa.
Los activistas de hoy harían bien en volver a estudiar, leer, escuchar y pensar antes de lanzarse a protestar. Porque cuando el activismo se convierte en teatro, la justicia se vuelve una farsa y el mundo -convertido en un escenario superficial- aplaude la ignorancia con la misma pasión con la que ignora a las verdaderas víctimas, la población civil, que lejos de contribuir a la solución del conflicto, muchos de estos movimientos solo lo enredan más y contribuyen a la desinformación: sustituyen el análisis por consignas, la empatía real por espectáculo, y el compromiso ético por confort moral de las redes sociales. Hacen mucho ruido pero sin poner una pieza para soluciones tangibles.
No están construyendo puentes, están levantando muros, separando, no están exigiendo paz, están alimentando el odio, no están defendiendo derechos, están repitiendo slogans vacíos que sirven a intereses totalitarios que maniobran políticos y empresarios con tendencias muy visibles. Y mientras tanto, la población civil – la israelí, la palestina, la que realmente sufre en silencio- sigue esperando soluciones reales, que se miran inalcanzables, la PAZ DURADERA, mientras el mundo occidental se entretiene con activismos que solo sirven para lavar conciencias, no para cambiar la historia. Si el compromiso no nace del conocimiento, y si la acción no está guiada por la verdad, entonces no es activismo, es ruido. Y el ruido jamás ha curado nada.
Por cierto la situación actual entre Israel- EEUU e Irán amerita que los activismos internacionales se enfocarán en el tema de paz, pero… ¿por qué no lo hacen?