En los últimos días hemos presenciado un fenómeno tan paradójico como inquietante: una multitud de jóvenes activistas arremetiendo contra lo que tradicionalmente veneran… la música. La necedad absurda por boicotear Eurovisión – un festival concebido como símbolo de unidad entre naciones tras una Europa devastada por la guerra- revela una peligrosa incoherencia ideológica. Alber Camus se revolcaría en su tumba ante semejante contradicción moral.
Pero vayamos por partes, para subrayar -con marcador fluorescente, si hace falta- algunos actos a los que muchos jovenes (quizás bien intencionados o quizás ingenuos) están siendo arrastrados. En redes sociales, por ejemplo, se incita abiertamente a “tomar partido”, como si la política fuese un juego de fútbol en el que se mete gol con cualquier consigna, incluso con lemas cargados de xenofobia por la etnicidad de una participante. La política es más que eso. Hoy, en buena parte del activismo urbano, cuesta encontrar un espacio real para el pensamiento, la estrategia y la negociación. El progresismo ha denigrado el concepto de “lucha y justicia”, convirtiéndolo en una tribuna desde la cual se acusa sin consecuencias y sin responsabilidad alguna. Por que admitámoslo, siempre es más fácil alzar la voz, juzgar y repartir culpas, que sentarse a organizar, administra o gestionar políticas correctas. Lo primero se hace con un tuit, lo segundo requiere compromiso y sobre todo MADUREZ política.
Lo crudo de esta situación es que un grupo de jovenes adultos ideologizados se la creen. Piensan que señalar culpables, sin medir consecuencias soluciona algo. Es triste ver cómo los mismos que ayer pedían boicotear un certamen musical, los mismos que levantaban pancartas para eliminar a Israel de la contienda, son los mismos que al día siguiente se manifiestan contra el bullying, el acoso, la misoginia, y un largo etcétera de causas legítimas… que contradicen por completo sus propias acciones, observemos los resientes hechos en Washington donde asesinaron a sangre fría a dos profesionales judíos: Yaron Lischinsky y Sarah Milgram, su único mal fue fomentar la unidad y la herencia judía en un en una situación mediática que acosa a su comunidad.
Esa es la incongurencia del progresismo moderno: promueve una forma de activismo que. inunda la mente de los jóvenes, pero sin reflexión. Les hace creer que ganan libertad, cuando en realidad pierden perspectiva. ¿Estamos ante una generación resentida con sus propios Gobiernos? ¿Por qué no exigirle cuentas a las autoridades locales en lugar de acosar masivamente a una sobreviviente de una masacre? ¿Por qué algunos jóvenes se identifican con estas causas que promueven el odio? ¿Es la hostilidad, acoso y la xenofobia, una vía legítima para solucionar conflictos?
Lo cierto es que no hay rebeldía en esos actos, ni nada que construya o transforme positivamente una situación tan compleja. Cualquiera con inteligencia emocional puede asistir a una marcha pro palestina y observar lo que allí ocurre: un despliegue de odio, agresión y violencia, como si eso fuera una solución. No existen en estos movimientos propuestas concretas, viables o constructivas. En su lugar, se habla de boicot, de disolución…incluso a costa de la propia vida.
Los activismos odiantes no solucionan absolutamente nada, por el contrario generan un malestar que solo, una sana conciencia puede mitigar, pero para llegar a ella hace falta madurar políticamente y dejar de hacer pataletas, tomar acción en las formas de organizarse para salir adelante económica y socialmente, por que si es verdad, TODOS importamos en este planeta.
