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miércoles, junio 18, 2025
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¿Estado Palestino o amenaza perpetua? El dilema israelí que el mundo ignora

En los escenarios del activismo internacional, una consigna se repite con fervor como si fuera un mantra moral: “Reconocer a Palestina como país” pronunciada con solemnidad, se escribe en pancartas, se corea en protestas y se plasma en murales, desde universidades europeas hasta avenidas latinoamericanas, el eslogan atraviesa fronteras con fuerza simbólica, como si bastará nombrar el concepto Estado para que este, por arte de magia, exista. Pero ¿qué pasa al ir más allá de la corrección política que anestesia el pensamiento crítico? Una pregunta incómoda pero necesaria. ¿Realmente los palestinos están trabajando para construir un país?

Formar un Estado no es simplemente un deseo a exigir en la lampara mágica de las Redes Sociales, requiere instituciones funcionales, voluntad política, cohesión social, respeto por los derechos humanos, acuerdos internacionales y sobre todo, rechazo a la violencia como método de lucha. Lo que vemos hoy en la Autoridad Palestina y en Gaza es muy distinto a eso. Hay dos Gobiernos enfrentados: en Cisjordania, una Autoridad Palestina con grandes defectos como la corrupción, que tardo 15 años en celebrar elecciones desde 2006 y en Gaza un régimen teocrático y autoritario bajo el mando de Hamas, organización terrorista reconocida como tal por la Unión Europea, Estados Unidos y otros países occidentales. En esta mala fiesta de desaciertos, errores y daño social no hay luz que apunte a un proyecto nacional viable, vamos que tampoco se ve cohesión política palestina, sus instituciones se tambalean entre una sociedad civil necesitada y Gobiernos autoritarios que más que Gobiernos funcionales parecen dictaduras anticuadas donde la visión a futuro se desvanece más rápido que el crédito de tu tarjeta.

¿Se construye un país asesinando civiles, usando a su propia población como escudo humano, adoctrinando a niños para convertirles en mártires y negando el derecho a existir del vecino?

Mientas Israel -con todos sus desafíos, tensiones internas, aciertos y errores- ha logrado construir una democracia vibrante, innovadora y plural, un punto de mucha importancia en Medio Oriente, los dirigentes palestinos han optado por un camino radicalmente distinto, y esa elección está reflejada en la realidad que vive su propio pueblo, no está de más nombrar que del lado árabe-palestino, la retórica del victimismo ha resultado más rentable y aceptable por la audiencia, que la construcción nacional (ningún activismo visible habla de construcción nacional). A lo largo de décadas han recibido miles de millones en ayuda internacional, fondos que podrían haber transformado vidas mediante escuelas, bibliotecas, hospitales, infraestructura y desarrollo económico. Pero, en lugar de eso, gran parte de ese dinero ha sido desviado hacia túneles de guerra (que no protegen a civiles), salarios para terroristas encarcelados y campañas de propaganda abiertamente antisemita.

Esta es la realidad que muchos prefieren omitir, pero que es fácil de verificar si uno se aleja de los discursos encantados y se atreve a mirar los hechos sin filtros ideológicos. No se trata de negar el sufrimiento del pueblo palestino, sino de hacer la pregunta que muy pocos se atreven a formular: ¿Qué se está haciendo para poner fin al sufrimiento? ¿Se busca realmente una solución, una convivencia pacifica, una nación? ¿O estamos, más bien, ante una causa que ha sido secuestrada por intereses cruzados, por facciones enfrentadas, por estructuras de poder más empeñadas en perpetuar el conflicto que en resolverlo?

Los políticos palestinos han perdido infinidad de oportunidades para tener su propio Estado. En 1947 la ONU propuso la partición del Mandato Británico en dos Estados: uno judío y uno árabe. Los judíos palestinos aceptaron, mientras la parte árabe palestina negó rotundamente ser un Estado junto a un Estado sionista. En los últimos 30 años se han ofrecido múltiples acuerdos de paz, todos rechazados por los líderes palestinos, porque aceptar un Estado propio implica reconocer también el derecho de Israel a existir. En la práctica son los líderes palestinos quienes rechazan la oportunidad de avanzar.

¿Pero qué hay con la población civil palestina? Independientemente de las decisiones de sus políticos, claro que hay palestinos que quieren vivir en paz, que desean un fututo estable para sus hijos, que están hartos de la violencia. Pero no tienen peso, o su voz es silenciada por una masa odiante anti judía, o desgraciadamente son asesinados por las facciones radicales, quien critique a Hamás o al Fatah no solo se arriesga a perder su libertad, sino su vida. Haciendo un paréntesis y con sinceridad, justo esto es lo que defienden muchos de los estudiantes, activistas e intelectuales de occidente y volvemos al punto ¿realmente quieren resolver el conflicto?

Protesta contra Eurovisión con pancartas.

Es difícil construir un país sin libertad de expresión, sin prensa libre, sin elecciones y sin un proyecto claro que vaya más allá de la destrucción del otro, esto último no puede, ni debe ser tolerado, ni en las aulas de universidad, ni en las marchas masivas, pero por desgracia el auditorio internacional, parece que ha sido hechizado por la idea de una promesa que ni siquiera existe en los que deberían de desearla, los líderes radicales no buscan consolidar un Estado, buscan destruir al vecino Estado. Los muchos políticos occidentales y algunos activismos progresistas de universidad les falta más honestidad en sus pancartas, ya que en el fondo parece que buscan lo mismo que los líderes extremistas palestinos, sus discursos se alejan de la idea de coexistencia. Queda en nosotros hacer una pausa la próxima vez que escuches “Palestina necesita ser un país” pregunta qué significa eso, por que querer ser una Nación-Estado trae consigo obligaciones, deberes. Ser pro-palestino no debería significar ser anti-Israel. Pero mientras los líderes palestinos sigan usando el lenguaje de conflicto y la negación, ser pro-Israel es, en muchos sentidos, ser pro-realidad.

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