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miércoles, junio 18, 2025
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Israel y la Palabra Prohibida: ¿Ocupación o Muro de Vida?

Hay palabras que, repetidas sin contexto se convierten en sentencias, una e ellas es «ocupación » En cada foro, Red Social o titular de portada, el término se lanza como una condena automática contra Israel. Pero cuando lo que está en juego es el derecho a existir, entonces es necesario mirar más allá del eslogan y entrar, con honestidad, al terreno de la realidad.

Israel no es un imperio, no es una potencia colonizadora, ni mucho menos un proyecto de expansión territorial, es simple y llanamente, un país pequeño -del tamaño de El Salvador- que nació en 1948 y a las pocas horas de declarar su independencia, fue invadido por cinco ejércitos árabes: Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano. El objetivo era claro: destruir el naciente Estado judío antes de que diera su primer paso.

Muro con torre de vigilancia en zona urbana

Desde entonces Israel ha enfrentado múltiples guerras existenciales. En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, capturó Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza el Sinaí y los Altos del Golán en defensa propia, tras una amenaza inminente por parte de sus vecinos. En 1973, fue atacado por sorpresa en Yom Kipur, el día más sagrado del calendario judío. Sobrevivió otra vez, pero las guerras convencionales no fueron el final del acoso. El conflicto mutó, entre el 2000 y 2005, durante la Segunda Intifada, más de 1,100 israelíes murieron y miles fueron heridos en atentados suicidas, tiroteos y ataques con explosivos. Frente a esta ola de terrorismo, Israel construyó una barrera de seguridad entre su territorio y Cisjordania. ¿El resultado? Una reducción del 90% en los atentados suicidas en ciudades como Tel Aviv, Jerusalén y Haifa. Y ¿cómo no construirla, si los ataques eran habituales? Pero no solo eso: como  muestra de buena voluntad, en el 2005 Israel se retiró unilateralmente de Gaza, evacuando a más de 8000 colonos y dejando invernaderos, infraestructura y recursos que pudieron haber impulsado un nuevo comienzo para la población local. Sin embargo, esta infraestructura fue destruida por los propios líderes políticos gazatíes. Se esperaba que fuera el inicio de la paz. En cambio, Hamás tomó el control del enclave y, desde entonces, ha lanzado más de 30,000 cohetes contra civiles israelíes. Solo en mayo del 2021, durante un conflicto de once días, más de 4,300 misiles fueron disparados desde Gaza.

Pero lo que seguimos viendo en telediarios y Redes Sociales es una narrativa de “hambruna” y “escasez”. ¿Es esto cierto mientras se invierte en misiles? Sigamos…

¿Dónde impactan estos misiles? En barrios, escuelas, hospitales. No hay bases militares en Sederot o Ashkelon, hay familias, hay niños que viven con mochilas blindadas, clases interrumpidas por sirenas antiaéreas y hogares con refugios en vez de salas de juegos. Esta es la realidad de la sociedad israelí, acechada pero organizada para los ataques de sus vecinos.

Es fácil indignarse desde la distancia, reducir el conflicto a tuits furiosos o lemas de pacarta como “Free Palestina”. Pero ahí, vivir bajo alerta constante no es una teoría académica: es la vida diaria de más de nueve millones de israelíes en todo el territorio y más de un millón viviendo en las cercanías de Gaza y Líbano, donde hasta la fecha siguen lanzando proyectiles.

Personas frente a muro con grafiti.

Israel ha intentado retirarse, ha hecho concesiones, ha firmado acuerdos, ha propuesto soluciones. Pero el odio persiste y el público, en su mayoría, lo aprueba. La carta fundamental de Hamás, no reconoce el derecho de Israel a existir. Para muchos de sus enemigos solo una desaparición total del Estado judío puede otorgar la paz. En pleno siglo XXI, pedir que desaparezca un Estado es retroceso humano. Y aquí es donde debemos revisar a fondo el concepto de “ocupación”. ¿Es legítimo hablar de ocupación cuando lo que esta en juego no es la dominación, sino la supervivencia? Israel no ocupa por capricho ni por ambición: lo hace, en muchos casos, como una respuesta a amenazas concretas. La presencia israelí en territorios estratégicos no es un acto imperialista, sino una decisión defensiva ante la certeza de que cada retirada unilateral ha sido seguida por mas violencia. Hablar de “ocupación”, entonces, sin integrar esta dimensión existencial, es tergiversar el contexto. Es ignorar que, muchas veces, no se trata de colonizar, sino de impedir que los misiles caigan sobre escuelas. Israel no busca expandirse: busca sobrevivir. No es colonizador, es autopreservación. Lo irónico es que el término “ocupación” también ha sido ocupado por agendas que descontextualizan, por narrativas que simplifican y por una retórica que omite que hay dos grupos culturales, con historias, heridas y miedos. Puntos que suelen olvidar muchos académicos y activistas pro-islam. Israel no niega los Derechos de los palestinos, de hecho ha ofrecido en repetidas ocasiones retiradas casi totales de Cisjordania (en el año 2000 y 2008) a cambio de paz, pero como si fuera broma, siempre han sido rechazadas, pero eso convenientemente no lo mencionan los lideres políticos pro-Palestina ¿por qué? Porque para muchos actores palestinos y sus aliados no se trata de volver a las fronteras de 1967, sino de borrar a Israel del mapa trazado en 1948. Tristemente, gran parte del mundo académico y universitario respalda esta postura, no buscan resolver el conflicto, sino tomar partido ideológico, no quieren coexistencia, quieren desaparición.

Y todo esto de disfraza con eslóganes ideológicos que asocian la existencia de Israel con el colonialismo, capitalismo o imperialismo occidental. Una falacia peligrosa, sostenida por sectores progresistas que también desprecian la existencia de democracias como Estados Unidos, Reino Unido, España o Israel, sin matices ni debates solo existe el dogma. Un dogma que han sabido seguir bien muchos de los estudiantes universitarios.

Israel no pide compasión, pide comprensión. No busca aprobación ciega, sino que se reconozca su legítima lucha por existir en un entorno que, demasiadas veces, ha celebrado su dolor, véase el alboroto masivo por parte de los habitantes de Gaza en la entrega de rehenes y cadáveres israelíes (2025) y en el apoyo de parte de facciones políticas de Occidente a su posible destrucción. Pero en los encabezados no vemos la parte humana detrás del uniforme de las Fuerzas de Israel, donde hay madres y padres que, con sinceridad, no desearían estar en guerra; detrás de cada decisión dura hay años de terrorismo, bombas y funerales. Esta es la realidad.

Israel no ocupa para dominar, resiste para vivir y eso, aunque no encaje en los titulares, merece ser dicho.   

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