¿Sabías que tu microbiota puede influir en cómo piensas, sientes y hasta en las decisiones que tomas a diario? Aunque esto parezca el argumento de The Last of Us, es lo que pasa en tu intestino.
Todo se debe a tu microbiota intestinal.
La microbiota intestinal ha ganado protagonismo en las últimas décadas. Se trata de un conjunto de billones de microorganismos que habitan en tu intestino formando un ecosistema clave para tu salud. Lejos de ser parásitos que hay que erradicar, pueden convertirse en tus mejores aliadas si la cuidas adecuadamente.
Una microbiota equilibrada mejora tu digestión, y además fortalece tu sistema inmunológico, regula tus emociones y reduce el riesgo de enfermedades crónicas.
Científicos de Harvard, el Instituto Pasteur y la Universidad de Stanford coinciden en que mantener una microbiota equilibrada es uno de los pilares del bienestar. Y adivina que: no es necesario que pagues por cientos de suplementos, basta con pequeños cambios que empiezan en tu plato.
El primer paso: Alimentar adecuadamente a tus bacterias
Para que estas bacterias hagan bien su trabajo, necesitan alimento. Y su favorito es la fibra.
Las frutas y las verduras son las reinas de la fibra, pero también puedes encontrarla en alimentos menos característicos como la quinoa, el arroz integral, la avena o las legumbres. Incluir estos alimentos de forma habitual en tu dieta favorece el crecimiento de bacterias beneficiosas y mejora el equilibrio.
También habrás oído hablar de los probióticos, estos son microorganismos vivos que podemos introducir en nuestro cuerpo a través de alimentos. Algunos ejemplos son el kéfir, el yogur natural sin azúcar, el chucrut o el miso que te ayudaran a reforzar la flora intestinal.

Lo que pasa en el intestino, no se queda solo en el intestino
Desde hace décadas, la ciencia ha confirmado la existencia del eje intestino-cerebro, una vía de comunicación bidireccional entre el sistema digestivo y el sistema nervioso. Estoy segura de que conoces a alguien que cuando está nervioso se le cierra el estómago o se le suelta la tripa, pues no es casualidad.
Este eje explica por qué lo que comemos puede afectar a nuestro estado de ánimo y por qué el estrés puede alterar nuestras digestiones. En consulta, veo a cientos de pacientes con patologías digestivas como SIBO, IMO, intolerancias alimentarias, celiaquía o colon irritable… ¿a que no adivinas que más notan? Irritabilidad, cambios de humor, fatiga y desgana… ¿Nos hacemos los sorprendidos?
De hecho, se ha visto que las personas con una microbiota más equilibrada presentan menores niveles de cortisol, la hormona del estrés, y responden mejor a situaciones de ansiedad.
Y te preguntarás si tu microbiota viene determinada por genética o puedes modificarla. Pues si, estás de suerte, parte de nuestra microbiota es genética, pero tus hábitos mandan.
Lo que eliges comer, cuánto descansas, si te mueves o no, tu nivel de estrés… Todo esto impacta directamente. De hecho, solo con 30 días de cambio en tu alimentación son suficientes para que comience a haber diferencias en tus mini amigas.
Así que la próxima vez que te sientes a comer, recuerda que también estás alimentando a miles de bacterias que trabajan para ti. Cuídalas, y ellas cuidarán de ti.
La ciencia ya te dio las claves.
Ahora es tu turno de pasar a la acción.