En los discursos diplomáticos y en las resoluciones bien intencionadas de la comunidad internacional, se repite la palabra “paz” como si fuera un conjuro. Pero cuando se trata del conflicto entre Israel y Hamás, esa palabra se convierte en una ficción retórica. No existe paz posible con quien no la desea. Lo que muchos llamaron “paz” fue, en realidad, una tregua disfrazada, un alto al fuego temporal que permite a los fanáticos reorganizarse, rearmarse y volver a atacar.

La paz no se firma con quienes glorifican la muerte
Hamás no es un movimiento político con aspiraciones nacionales legítimas. Es una organización terrorista que nació con un objetivo innegociable: la destrucción total del Estado de Israel. Es conocimiento público que su carta fundacional no pide independencia ni autodeterminación; por el contrario proclama una guerra santa hasta que Israel deje de existir. Ese principio sigue intacto, y quienes pretenden ignorarlo lo hacen por conveniencia ideológica o por cobardía moral.
Hablar de “paz” con Hamás es como hablar de tolerancia con el fanatismo o de diálogo con quien ha hecho del odio su identidad. Israel no enfrenta a un adversario político, sino a un culto de la muerte que convierte a su propio pueblo en escudo humano, utilizando hospitales para disfrazar su enfrentamiento, mientras envían niños a morir por una causa que ellos mismos, los más pequeños, no eligieron.
Las treguas como estzrategia del terror
Cada cese al fuego ha demostrado lo mismo: mientras Israel cumple, Hamás aprovecha para rearmarse, excavar túneles, importar misiles o fortalecer su propaganda. El resultado no es estabilidad, sino el preludio de la próxima ofensiva. La comunidad internacional aplaude esas treguas con ingenuidad, o complicidad, creyendo que representan avances hacia la paz. En realidad, son pausas tácticas del terrorismo.
Israel, por su parte no busca guerra, sino la supervivencia, un tema que es importante seguir mencionando y definiendo, ya que ningún país en el mundo toleraría que sus ciudadanos vivan bajo amenaza constante de cohetes o atentados. Sin embargo, el juicio internacional hacia Israel se ha invertido: la democracia que se defiende es acusada, y el terror que ataca es exculpado.

Los lideres palestinos y la renuncia a la coexistencia
El problema no se limita a Hamás. La Autoridad Palestina, que en teoría representa la alternativa moderna, sigue negándose a reconocer el derecho de Israel a existir como Estado judío. Continúa financiando a terroristas, glorificando a asesinos y educando a generaciones de jóvenes con la idea de que la violencia es heroica. No hay voluntad de convivencia, solo manipulación política del sufrimiento.
Hablar de paz requiere una base moral compartida. Pero ¿cómo construir esa base cuando una de las partes niega la humanidad de la otra? Israel no puede firmar la paz con quienes. No reconocen su derecho a vivir. Una tregua no es paz, es una pausa entre dos actos del mismo drama.

La paz como conciencia y no como discurso
En su raíz más profunda, la paz no es la ausencia de conflicto, sino la presencia de conciencia. La verdadera paz exige una transformación interna, un reconocimiento del otro como igual en dignidad. Pero esa transformación solo puede surgir donde hay voluntad, razón y ética. Ninguna de esas condiciones existe en el pensamiento de Hamás, ni en el discurso de los líderes palestinos que prefieren el martirio al progreso.
Israel, en cambio, encarna la otra cara del conflicto: la del pueblo que, aun habiendo conocido el exilio, el odio y la persecución, eligió la vida, la innovación y la libertad. No busca exterminar al otro, sino defender su derecho a existir en paz.
Por eso, hablar de paz entre Israel y Hamás es una contradicción moral. No puede haber paz donde uno busca vivir y el otro glorifica la muerte. No puede haber reconciliación donde uno construye hospitales y el otro los usa como arsenales.
La paz auténtica no se alcanza con firmas ni treguas, sino con transformación ética. Israel ha demostrado, una y otra vez, su disposición al diálogo. Pero mientras Hamás y los líderes palestinos continúen viendo la paz como táctica y no como un propósito, cada cese al fuego será solo un intermedio antes del próximo horror.
El desafío del mundo libre no es presionar a Israel para que ceda, sino exigir al terrorismo que renuncie a su naturaleza. Porque la paz no se mendiga ante los fanáticos: se construye con verdad, con dignidad y con la firmeza de quien no está dispuesto a desparecer.














