Un hallazgo extraordinario ha conmovido a los amantes del arte y la tradición religiosa: una cabeza de Cristo, tallada hace casi ocho décadas por el escultor Roberto Roca Cerdá, ha sido recuperada tras permanecer oculta en manos de una familia durante generaciones. La pieza, que data de 1946, fue entregada el pasado 22 de marzo a la Hermandad de la Caída y Cristo Resucitado de Tobarra, en la provincia de Albacete, justo a tiempo para enriquecer las celebraciones de Semana Santa. Este regreso no solo marca el rescate de una obra de gran valor artístico, sino que también desentraña una historia fascinante sobre su creación, su rechazo inicial y el legado de un artista poco conocido en su tierra natal, pero profundamente venerado en la localidad que ahora celebra su retorno.
Roberto Roca Cerdá, nacido en Ontinyent en 1892 y fallecido en 1978, fue un escultor cuya vida y obra han pasado desapercibidas para muchos en su región de origen. Sin embargo, su talento encontró eco en Tobarra, donde dejó una huella imborrable con sus creaciones de imaginería religiosa. La cabeza de Cristo recién recuperada forma parte de un encargo más amplio realizado en 1946 por el Ayuntamiento de Tobarra y un grupo de empresarios locales. El proyecto, conocido como «La Caída», consistía en un conjunto escultórico que representaba uno de los momentos más dramáticos de la Pasión de Cristo. Roca Cerdá, con su habilidad para capturar emociones en la madera, se volcó en la tarea de dar vida a esta escena.
No obstante, la cabeza de Cristo que talló inicialmente no cumplió con las expectativas de quienes habían encargado la obra. Según los registros, el diseño presentaba a Cristo con la mirada dirigida hacia abajo y sin el uso de pelo natural, lo que contrastaba con la estética tradicional que se buscaba para las procesiones de Semana Santa. Este detalle, que hoy podría considerarse una muestra de la visión artística única de Roca Cerdá, fue visto entonces como un defecto. Los encargados decidieron rechazar la pieza, y el escultor, en lugar de destruirla o almacenarla, tomó una decisión inesperada: regalársela a Vicente Fernández, un concejal de Tobarra que formaba parte del círculo cercano al proyecto.
La familia de Fernández acogió la escultura con aprecio, aunque no con la intención de exhibirla públicamente. Durante casi 80 años, la cabeza de Cristo permaneció en su hogar, pasando de generación en generación como un tesoro privado. Mientras tanto, Roca Cerdà continuó su trabajo en Tobarra, completando «La Caída» con una nueva cabeza que sí satisfizo a los encargados. Esta segunda versión se integró a las procesiones y se convirtió en un símbolo querido por la comunidad, dejando a la pieza original en el olvido, pero no perdida.
El redescubrimiento de la cabeza de Cristo no fue un golpe de suerte, sino el resultado de un esfuerzo consciente por preservar el patrimonio cultural y religioso de Tobarra. Francisco Delegado, un tobarreño que reside en Ontinyent, apoyó un papel clave en este proceso. Conocedor de la importancia de Roca Cerdá para su pueblo adoptivo, Delegado se propuso rastrear las obras del escultor que pudieron haber quedado dispersas. Su búsqueda lo llevó a contactar con Odón Pont, otro apasionado por la historia local, quien decidió la tarea de localizar a los descendientes de Vicente Fernández. Tras meses de indagaciones, lograron dar con la familia que aún custodiaba la escultura y negociar su devolución a la Hermandad de la Caída y Cristo Resucitado.
El momento de la entrega, el 22 de marzo, estaba cargado de simbolismo. La Semana Santa estaba a punto de comenzar, y la llegada de la cabeza de Cristo añadió un matiz especial a las festividades. Los miembros de la hermandad recibieron la pieza con una mezcla de asombro y gratitud, conscientes de que estaban recuperando no solo un objeto, sino una parte de su identidad colectiva. La escultura, aunque sencilla en comparación con las obras barrocas que suelen dominar la imaginería religiosa, posee una fuerza expresiva que refleja el estilo personal de Roca Cerdá: líneas sobrias, pero cargadas de emotividad, que invitan a la reflexión.
La historia de esta cabeza de Cristo también arroja luz sobre la figura de su creador. Roberto Roca Cerdá no gozó de gran fama en Ontinyent, donde nació y pasó parte de su vida. Sin embargo, en Tobarra se le considera un maestro de la escultura religiosa. Sus obras, caracterizadas por su atención al detalle y su capacidad para transmitir devoción, han acompañado a la comunidad en sus rituales más sagrados durante décadas. La recuperación de esta pieza perdida podría ser el comienzo de un reconocimiento más amplio de su legado, tanto en su tierra natal como en otros lugares donde su trabajo haya dejado marca.
Para los expertos en arte, la cabeza de Cristo es un testimonio de cómo las preferencias estéticas de una época pueden influir en el destino de una obra. Lo que en 1946 se vio como un defecto —la mirada baja y la ausencia de pelo natural— hoy se aprecia como una interpretación audaz y personal del sufrimiento de Cristo. Algunos han sugerido que esta pieza podría exhibirse junto a la versión final de «La Caída», permitiendo a los visitantes comparar ambas y entender mejor la evolución creativa de Roca Cerdá.
En Tobarra, la noticia del hallazgo ha generado entusiasmo. La hermandad planea restaurar la escultura, si es necesario, y decidir cómo integrarla a sus tradiciones. Algunos proponen que se incorpore a las procesiones de Semana Santa, mientras que otros abogan por conservarla como una reliquia histórica en un espacio dedicado a la memoria del escultor. Sea cual sea su destino final, la cabeza de Cristo ya ha cumplido un propósito: reunir a una comunidad en torno a su pasado y reavivar el interés por un artista cuya obra merece ser recordada.
Este episodio demuestra que el arte, incluso cuando queda relegado al olvido, tiene el poder de resurgir y emocionar. La cabeza de Cristo, tallada hace 80 años, no solo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que ha regresado para contar su historia. Para Tobarra, es un símbolo de fe y perseverancia; para los amantes del arte, una joya que invita a redescubrir a Roberto Roca Cerdà. Y para todos, una prueba de que el pasado, cuando se le da una segunda oportunidad, puede brillar con luz propia.