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viernes, abril 18, 2025
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“El fin del principio”

Buenos días, queridos lectores. Qué privilegio es abrir los ojos este sábado y ver el sol colarse por la ventana, un recordatorio de que, para algunos, el fin de semana sigue siendo un refugio de ocio y pequeños placeres. No todos corren esa suerte, y solo por eso ya merece la pena detenerse un instante a saborearlo. Pero no estoy aquí para hablar de la meteorología ni de los hobbies, sino de algo que arde en el aire: la dichosa “posible tercera guerra mundial”, con sus kits de supervivencia, sus titulares alarmistas y esos políticos de sonrisa plastificada que no paran de agitar el avispero para sacar tajada.

Llevo días buceando en las columnas de los grandes “periodistas” y los “medios convencionales” —y lo pongo entre comillas porque, aviso, no soy más que un tipo con un FP2, un espectador cualquiera que no pretende colarse en ese club de egos y desinformación—. Entre líneas grandilocuentes y noticias que apestan un guion prefabricado (la tele, por cierto, en mi casa ni se enciende), llegó a una certeza que me revuelve: hay intereses oscuros en que el mundo se parte en pedazos. No se trata de calmar las aguas ni de enderezar el rumbo de esta humanidad que lleva décadas dando tumbos; lo que quieren es reventarlo todo para que unos pocos —esos cobardes de corbata impecable que jamás se salpicarán de sangre— sigan engordando sus cuentas bancarias desde la comodidad de sus despachos.

Nos tienen bailando al ritmo del miedo, pero no uno que nazca de la nada. Es un miedo artificial, cocinado en laboratorios de estrategia, servido con precisión para manipularnos. Nos convertimos en títulos de papel, en un teatro absurdo, donde el trabajador honesto, el que cumple las reglas, termina enredado en una tela de araña que lo asfixia hasta la desesperación. Vivimos en un mundo al revés, lo opuesto a la razón —o, como reza el eslogan de esta revista, lo contrario a la coherencia—. Y mientras tanto, nos venden esa guerra de juguete como si fuera inevitable, como si estuviéramos condenados a verla explotar en nuestras calles.

¿De verdad creen que el ciudadano de a pie, ese que ha peleado con mandos de PlayStation en Call of Duty, pero nunca con un fusil, va a salir a matarse con otro igual a él, solo porque unos señores en traje lo dicen? Piensen en esto: en Ucrania y Rusia, antes de 2022, había familias cruzando fronteras para visitarse, amigos brindando juntos. En Israel y Palestina, pese a todo, hay quienes aún sueñan con paz. ¿Qué interés tiene alguien normal en empuñar un arma contra un desconocido que, como él, solo quiere llegar a fin de mes y ver crecer a sus hijos? ¿Nos toman por ovejas de rebaño, dispuestas a abandonar a nuestras familias por una guerra que no nos da nada y nos lo quita todo: casas, trabajos, futuro? ¿O es que piensan que moriremos en trincheras mientras ellos, desde sus mansiones, nos observan como quien ve un partido de fútbol?

Señores políticos, escuchen claro: estamos hartos. Hartos de sus mentiras, de sus juegos, de pagar con nuestros impuestos sus desmanes. Cada euro que malgastan en campañas absurdas —como este dominó mal armado de una guerra ficticia— es un euro robado a la sanidad, a la educación, a los que levantan este país. Izquierda, centro, derecha: da igual el color, todos se han ganado el desprecio de los que sudamos para mantener sus privilegios.

Así que aquí va mi súplica final: dejen de dividirnos. Unan fuerzas, colores, ideas y dennos el bienestar que merecemos tras años de crisis económica, sociales y sanitarias que llevan su firma de ineptitud. Que este artículo no sea el eco de “el principio del fin”, sino el rugido de un hartazgo que exige un nuevo comienzo. Porque si algo tenemos claro es que no vamos a ser peones de su tablero. No más.

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