Este es el segundo capítulo de la historia. Si aún no has leído o visto la primera parte, te recomiendo empezar por ahí para no perderte ningún detalle. Serie 1
- «Advertencia: El siguiente contenido puede resultar perturbador o emocionalmente intenso. No es recomendable para personas sensibles o que puedan verse afectadas por temas de violencia, sufrimiento o situaciones que pueden causar incomodidad. El nombre de la cárcel es ficticio»
Historia basada en hechos reales

La joven relató ante las autoridades cómo fue objeto de abusos sexuales por parte de su propio tío y de un amigo de este en distintas ocasiones. Según su testimonio, fue forzada a mantener relaciones sin su consentimiento, cuando se encontraba en un estado en el que no podía resistirse ni oponerse de manera efectiva, debido al poder que su tío ejercía sobre ella.
Los acusados conspiraron sobre los hechos a sabiendas de la superioridad que tenían sobre la joven. Y debido al miedo, no pudo manifestar una negativa clara. A pesar de su actitud pasiva, se discutió si ello implicaba consentimiento, o si más bien reflejaba una situación de sometimiento o intimidación. Cabe destacar que en el momento de estos hechos no existía la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual, que entró en vigor en España el 7 de octubre de 2022, la cual busca que el consentimiento sexual sea claro e inequívoco.
Uno de los implicados reconoció que había mantenido relaciones sexuales con la joven, pero aseguró que fueron consentidas. Sin embargo, sus declaraciones fueron contradictorias en varios puntos, y se puso en duda su versión de los hechos. Otro de los acusados negó cualquier implicación directa, aunque su presencia y conocimiento de los hechos fue evidente.
La justicia tuvo que valorar si los actos constituían agresión o abuso, (la diferencia entre agresión sexual y abuso sexual se basa en la existencia o no de violencia, intimidación o anulación de la voluntad de la víctima) y si hubo un aprovechamiento de la situación de vulnerabilidad de la joven. Se analizaron las circunstancias, los testimonios y los indicios presentados, en un intento de hacer justicia en un caso donde la víctima, claramente afectada, buscaba una respuesta clara del sistema judicial.

ESTANCIAS
En esta ocasión vemos las celdas. Pequeñas en dimensiones, aunque funcionales, reflejaban una cruda realidad. Los presos no disponían de ningún tipo de confort, ni un mínimo de calidez. Solo disponían de lo estrictamente necesario, una cama metálica con un colchón delgado, una mesa, una pequeña mesita, unas taquillas para poder guardar sus pertenencias, su ropa y un baño diminuto que ofrecía algo de intimidad.
La cárcel contaba tanto con celdas individuales como compartidas. Puede que las individuales estuviesen destinadas a aquellos internos que demostraban mejor conducta. O a todo lo contrario, a los más peligrosos o con malas conductas hacia sus compañeros de celda.
Las ventanas, aunque dejaban pasar la luz, estaban reforzadas con barrotes que no les permitían olvidar ni por un instante que la libertad estaba lejos. Fuera, más ventanas enrejadas les recordaban que no estaban solos en su encierro, otros como ellos, atrapados, mirando la misma libertad inalcanzable, por el momento.

La primera vez que crucé la puerta de una de aquellas celdas, una sensación de soledad y angustia se apoderó de mí. Era imposible no imaginar cómo sería vivir en ese espacio tan reducido, día tras día, con el tiempo detenido y la libertad tan cerca y, a la vez, tan lejos. Pensé en el peso de la culpa que podría consumirlos, en cómo pudieron revivir los hechos que les llevaron a estar en esa situación. Pero también reflexioné sobre la otra cara, la rabia, la impotencia que nacería si su sufrimiento fuese injusto, si estaban ahí por error o por negligencia del sistema. Aun así, asumí, quizás por inercia o prejuicio, que todos habían hecho algo para merecerlo.
Mientras observaba la celda, me pregunté cómo se enfrentarían a esa rutina aburrida y constante, pero en ese momento pude darme cuenta de que intentaban resistirse a ella.


Pude ver que algunos de los presos intentaban mantenerse activos improvisando pesas con botellas de agua atadas a los extremos de un palo de escoba, creando una rutina física, que me recordó a la temporada del covid cuando todos estuvimos encerrados y yo me refugié en la actividad física dentro de las limitaciones del espacio y materiales de las que disponía, al igual que ellos. Destaco que disponen de un gimnasio, que veremos en siguientes publicaciones, pero al que no tenían el acceso diario que muchos desearían.
El aburrimiento despertó el lado artístico de algunos otros presos, que comenzaron a decorar las paredes con dibujos, con lápiz que seguramente se llevaban a la celda del aula de estudio, que también veremos más adelante, y arañando la superficie con algún objeto, intentando así dar algo de vida y personalidad a la pequeña y desolada celda que habitaban.
Otros, en cambio, parecían haberse rendido ante sus impulsos más primarios. Varias celdas estaban decoradas con imágenes de mujeres en poses sugerentes, pequeños escapes visuales que, por un momento, les devolvían algo parecido al deseo o la fantasía.


«¡Y hasta aquí por hoy! Si te has quedado con ganas de más, no te preocupes, nos vemos en la próxima publicación. ¡No te la puedes perder!»