La cancelación del rapero puertorriqueño René en un festival musical que recibe minimos fondos israelíes no es un gesto de justicia, sino un acto de rechazo colectivo a una nacionalidad y que pone en evidencia los límites peligrosos del activismo militante.

Durante años René Pérez, conocido como Residente, ha construido su imagen pública como un artista comprometido, una voz crítica de los abusos del poder y un defensor de los pueblos “oprimidos”. Ha hablado de justicia, de dignidad, de revolución. Pero su más reciente decisión – la de cancelar su participación en un concierto, por el simple hecho de que parte del financiamiento provenía de fondos israelíes- deja en evidencia una verdad desconcertante: no todo activismo es ético. No todo activismo busca la paz.
Debemos ser sinceros, René no está alzando la voz por los derechos humanos. Está replicando una narrativa excluyente que se ha vuelto tristemente común en ciertos sectores del progresismo radical: la de reducir un clonflicto complejo a una consigna binaria y moralista. En este caso, la idea de que Israel representa el mal absoluto, mientras que Palestina es la víctima incuestionable. Un relato cómodo, seductor… y profundamente falso.
El problema no es estar a favor de Palestina. El problema es estar en contra de un país y su nacionalidad, Israel.
Apoyar la causa palestina desde una perspectiva humanista es legítimo. Condenar la violencia, exigir un alto al fuego, pedir respeto a los derechos civiles en Gaza o Cisjordania, todo eso es necesario y justo. Pero lo que Residente hizo no tiene nada que ver con eso. Lo suyo no fue un llamado a la paz, sino una declaración de rechazo hacia una nación entera, sus instituciones y, por extensión, su pueblo.
¿Qué clase de activismo es ese que niega toda forma de contacto cultural, artístico y humano con un país? ¿Desde cuándo el arte -el lugar por excelencia del diálogo, del intercambio, del reconocimiento mutuo- debe someterse a la lógica de la cancelación política?
La postura de René no promueve la solución del conflicto, la encona, alimenta la deshumanización del otro. Porque no distingue entre el Gobierno de Israel y su ciudadanía diversa. No distingue entre las decisiones de seguridad y el derecho a existir. Su mensaje es claro : si eres israelí, no mereces el mismo trato, la misma humanidad.
Israel no es perfecto, pero existe. Y su pueblo también sufre.
El Estado de Israel, como toda nación, tiene decisiones que se pueden y deben criticar. Pero Israel no es un régimen totalitario ni una dictadura. Es una democracia plural, con árabes, judíos, critianos, musulmanes y laicos compartiendo ciudadanía. Es un país con libertad de prensa, debate político, autocrítica interna, y una sociedad civil activa.
Israel ha sido históricamente blanco de guerras, terrorismo, boicots y negaciones absolutas a su existencia. Y sin embargo, sigue tendiendo la mano a la cooperación, sigue abriendo espacios de diálogo y sigue creyendo – a pesar de todo- en la posibilidad de coexistir.
Quienes realmente consideran la paz como una vía posible, deberían trabajar para que ambas poblaciones coexistan.
El activismo que divide no construye.
La gran contradicción del progresismo radical que representa Residente es su doble rasero. Denuncia las opresiones que encajan con su narrativa, pero guarda silencio – o peor aún, justifica- cuando la violencia viene del lado que considera “oprimido”. Así, el asesinato de civiles israelíes es minimizado. El terrorismo de Hamás es relativizado. El antisemitismo disfrazado de antisionismo se normaliza.
Y en ese juego de blancos y negros, no hay espacio para la complejidad, ni para el humanismo real. Solo queda el dogma.
Pero la paz no necesita dogmas. Necesita empatía. Necesita puentes. Necesita voces dispuestas a escuchar a los dos lados, incluso cuando no estén de acuerdo.
Un artista humanista, se niega a odiar, nunca compartirá una impronta de fobia, Residente decide cancelar, cerrar la puerta, no utilizar su voz para realizar un cambio que invite a la paz y a una humana autocrítica entre ambos lados del conflicto. Quien rechaza lo anterior es por que ya ha sido envenenado.
Ser pro-Israel no significa ser anti-palestino. Significa reconocer el derecho de Israel a existir, a defenderse, a vivir en paz. Significa entender que la única solución real vendrá del reconocimiento mutuo, no del señalamiento absoluto. Se necesita menos resentimiento y más entendimiento humano. Menos trincheras ideológicas y más honestidad musical. Porque sí Rene, pudiste ser la diferencia, pudiste unir, invitar a la paz, pero decidiste quedarte en el lado incorrecto de la historia, en el lado detonador del odio…espero que sepas que significaba el Festival Nova (2023), la musica, la juventud y las ganas de coexistir.
Estamos en tiempos de crisis, los activismos no están haciendo que las cosas cambien, tan solo se amoldan a la conveniencia de moda, de fondo no tienen raíz humanista, esa que no excluye, que no odia, que no impone un relato único. Si seguimos cancelando al otro, negando su historia y su identidad, jamás habrá paz, y el eco musical que puede tocar conciencias, se queda en más ruido y dolor emocional… sin deseo de curar nada.