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El fanatismo que flagela y el mundo que aplaude

Las redes sociales están saturadas de discusiones acaloradas, enfrentamientos estériles que giran en torno a conceptos rígidos y posturas cerradas. Nuestro objetivo aquí es distinto: buscamos realizar una disección profunda, honesta y reflexiva de un conflicto complejo que, muchas veces, los medios tradicionales prefieren simplificar o ignorar.

Hoy hablaremos del flagelo. Sí, de flagelarse: herirse, lastimarse a uno mismo. Esta práctica, ancestral y simbólica, ha sido adoptada por algunos grupos fanáticos como un medio para alcanzar un supuesto estado de redención, perdón o éxtasis espiritual. Podemos mencionar ejemplos como ciertos sectores del Opus Dei o, con mayor relevancia en el contexto actual, el yihadismo islámico. En esta ocasión, nos centraremos en este último, que ha adquirido un protagonismo particular en las discusiones geopolíticas recientes. Un autoflagelo que, por increíble que parezca, parte del público aplaude, creyendo erróneamente que con ello apoya a un grupo étnico oprimido.

Mucho se ha dicho sobre la situación crítica en Gaza; sin embargo, pocos comentaristas se atreven a profundizar en un fenómeno inquietante: el autoflagelo impuesto por algunos líderes políticos palestinos sobre su propio pueblo. ¿Por qué se omite hablar del radicalismo religioso? ¿Por qué resulta tan difícil mencionar la yihad o el fanatismo que se ha arraigado en parte de la sociedad palestina? Ese mismo fanatismo que, a corto y mediano plazo, lleva a muchos jóvenes a creer que morir por una «causa» es la puerta de entrada al paraíso.

Este fenómeno ha sido documentado en investigaciones académicas y reportajes audiovisuales que muestran cómo niños son adoctrinados dentro de un esquema yihadista, a través de entrenamientos que incluyen golpes, gritos y una doctrina cargada de odio. No se trata de un ritual simbólico: es real. Es el camino del mártir que muchos menores emprenden, a menudo con el consentimiento o incluso el aliento de sus propios padres. ¿Dónde está Human Rights Watch frente a este flagelo infantil? ¿Dónde están los organismos internacionales de derechos humanos para denunciar la huella física y psicológica que dejan estas prácticas violentas en la infancia? ¿Por qué hay tanto silencio en torno a un daño tan evidente y devastador?

El fanatismo yihadista no es solo una amenaza externa: está incrustado en ciertos grupos sociales, culturales y religiosos. Lo más inquietante es que, con frecuencia, es tolerado, aceptado o directamente ignorado. Flagela no solo cuerpos: flagela el alma colectiva de pueblos enteros. Convierte la vida en una mercancía de guerra y a la muerte en un objetivo sagrado. Desde Gaza hasta Afganistán, generaciones han sido moldeadas por ideologías que transforman el dolor en virtud, el sufrimiento en sacrificio y la violencia en un camino espiritual.

Pero, ¿por qué al mundo parece no importarle este tema, si en el fondo es parte de la raíz de la situación actual en Gaza? El tema no es nuevo, pero ha hecho poco eco en las nuevas generaciones. El escritor israelí Amos Oz, quien vivió de cerca el conflicto, advirtió en múltiples ocasiones que el verdadero enemigo no es un pueblo, ni una religión, sino el fanatismo mismo. En una de sus entrevistas más recordadas, Oz dijo: “El fanatismo es más antiguo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Es más antiguo que todas las ideologías. Es la tendencia humana de querer imponer su verdad sobre los demás.”

Esa tendencia, cuando se combina con estructuras de poder autoritario y manipulación ideológica, se convierte en una máquina de adoctrinamiento capaz de reclutar incluso a niños. Esto recuerda el film Voces Inocentes, de Luis Mandoki, donde se muestra el uso de menores en conflictos armados, una realidad tan dolorosa como universal. En ese mismo sentido, grupos radicales yihadistas inician a los más jóvenes en prácticas violentas que exaltan la muerte como forma de redención. En algunos casos, esta iniciación comienza con un ritual conocido como “el bautizo del mártir”: un golpe en la frente del niño, marcándolo como futuro combatiente, mártir o héroe. Este acto, lejos de ser un simple gesto cultural, es la primera herida que el fanatismo deja en un cuerpo que aún no ha comenzado a vivir.

Es un insulto a los derechos de la infancia que gran parte del mundo aplauda o normalice estas prácticas. Algunos lo hacen porque el relato les resulta cómodo; prefieren una visión reduccionista de víctimas y victimarios, temiendo que cualquier crítica pueda ser malinterpretada como insensibilidad o intolerancia. Otros, simplemente por ignorancia o desinterés. Pero también existen quienes, desde una postura ideológica rígida, justifican el flagelo en nombre de una causa supuestamente justa.

¿Es justo decirle a un niño que debe herir, mutilar o matar? ¿Qué tipo de educación, de manipulación psicológica, está operando aquí? ¿Puede el público aplaudir una pedagogía necrofílica, que educa desde el culto a la muerte?

Ese aplauso no es neutral: es una forma más de violencia, muchas veces sostenida por sectores que se autoproclaman progresistas. Porque mientras se aplaude o se guarda silencio, se perpetúan los ciclos de muerte y sufrimiento. Y más allá del dolor inmediato, ese silencio revela una profunda incoherencia moral: demuestra que más que un interés genuino por resolver la situación, muchos están atrapados en un espiral de xenofobia, racismo y doble moral. Mientras se romantiza la “resistencia” sin cuestionar sus métodos, se abandona a los inocentes —especialmente a los niños— a un destino de violencia y muerte. Y cuando se deja de nombrar al fanatismo por lo que es, se renuncia también a la posibilidad de superarlo.

¿Las manifestaciones universitarias de corte progresista desean verdaderamente un mundo justo? ¿O solo uno que se ajuste a sus relatos ideológicos?

Callar ante esto no es prudencia. Aplaudirlo no es empatía. Lo que se necesita es valentía: valentía para ver, para nombrar y para actuar. Porque mientras no se denuncie con claridad el fanatismo que corroe desde dentro, toda esperanza de paz será —como tantas infancias en estos territorios— una promesa rota antes de comenzar.

La pregunta más preocupante sigue siendo: ¿a alguien le interesa realmente resolver este problema? O peor aún: ¿el mundo aplaude porque ya ha decidido mirar hacia otro lado?


Anexo

1. La mortificación corporal en el cristianismo: disciplina y creencias
Artículo sobre las prácticas de mortificación corporal en el Opus Dei.
https://opusdei.org/es/article/el-opus-dei-y-la-mortificacion-corporal

2. Luis Mandoki – Voces Inocentes
Película que retrata el uso de menores en conflictos armados, basada en hechos reales.
https://youtu.be/hQy453pK5bk?si=Ww6VfPH-qAxjCTb2

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