La subida de Salario Mínimo está dejando a toda una generación de mujeres sin oportunidades, mientras las trabajadoras veteranas logran mantenerse en el mercado laboral.
La medida, que llevó el SMI a 1.134 euros, fue presentada como un avance en los derechos laborales. Sin embargo, en la práctica, ha provocado el efecto contrario para miles de jóvenes que buscan su primer empleo. Con el encarecimiento de los costes laborales, muchas empresas han optado por estrategias para minimizar sus gastos.
Además del sueldo de cada trabajadora, los empresarios deben afrontar una serie de impuestos y cotizaciones sociales, lo que eleva considerablemente el coste total de cada contrato. Esto hace que muchas empresas, en especial las pequeñas y medianas, opten por reducir nuevas contrataciones o limitar su plantilla para mantenerse a flote. La tendencia actual indica que las empresas prefieren invertir en trabajadoras que ya han demostrado su capacidad en el mercado en lugar de arriesgarse con jóvenes que necesitan capacitación y adaptación al puesto. Esto genera un círculo vicioso en el que las jóvenes no pueden obtener experiencia porque nadie está dispuesto a contratarlas.
La falta de oportunidades laborales para este sector de la población afecta no solo al desarrollo profesional de estas mujeres, sino también a su independencia económica y su capacidad para acceder a derechos fundamentales como la vivienda. Sin ingresos ni posibilidad de encontrar empleo estable, muchísimas jóvenes, eligen continuar su formación, lo que ha dado lugar a un fenómeno de sobrecualificación. A pesar de tener títulos superiores, másteres e incluso experiencia en prácticas, no logran acceder a puestos que correspondan a su preparación, ya que las empresas priorizan la estabilidad y la eficiencia, relegando a un segundo plano la inversión en nuevos talentos. Esta situación genera una paradoja donde mujeres altamente cualificadas terminan ocupando empleos precarios o fuera de su especialidad.
Las más valientes, o tal vez las más afortunadas, al ver frustradas sus metas profesionales y personales por la falta de oportunidades que se alineen con sus capacidades y expectativas, deciden emigrar en busca de mejores condiciones laborales. Entretanto, en España, el talento joven se desperdicia.

Mientras las mujeres jóvenes enfrentan estas barreras, las trabajadoras con más experiencia han visto, en muchos casos, mejorar sus condiciones laborales. La demanda de perfiles experimentados ha aumentado, lo que ha permitido a muchas de ellas acceder a mejores salarios y contratos más estables. Esto ha generado una brecha generacional en el empleo femenino, donde las oportunidades laborales se concentran en las trabajadoras mayores en detrimento de las más jóvenes.
La falta de empleo juvenil tiene consecuencias a largo plazo, ya que retrasa la adquisición de experiencia laboral, limita las oportunidades de ascenso y contribuye a la desigualdad económica entre diferentes generaciones de mujeres. Si la tendencia actual se mantiene, las jóvenes podrían enfrentar dificultades aún mayores para consolidarse en el mercado laboral en el futuro.
Si no se toman medidas urgentes para corregir esta situación, el desempleo juvenil seguirá aumentando, afectando no solo a las jóvenes trabajadoras, sino también al desarrollo económico del país. Es fundamental encontrar un equilibrio entre la protección salarial y la generación de empleo para evitar que el SMI se convierta en un obstáculo insalvable para las nuevas generaciones de mujeres.